XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Caso resuelto

Rodrigo López Soto, 18 años

Colegio Tabladilla

El caso parecía difícil de resolver.

–¿Has mirado entre aquellos arbustos? –le preguntó el jefe a su ayudante.

–Sí, señor. Por aquellos arbustos y por aquellos árboles, y entre las hojas caídas. He revisado el suelo y las plantas. Todo, señor.

–Entonces, ¿cómo es que aún no te das cuenta? 

–No lo entiendo…

–¡Está clarísimo, amigo!

¬–¿Cómo lo puede ver tan claro, señor? –manifestó, humillado, el ayudante.

El jefe le puso la mano sobre el hombro y, tras apartarla para desmenuzar su tabaco picado, se agachó al suelo y arrancó de raíz una pequeña margarita, que elevó para mostrársela a su compañero, que tomó la flor y jugó con ella, haciéndola rodar entre sus dedos pulgar y corazón. 

–Dime, amigo, ¿por qué sé que está tan claro?

El subordinado no le respondió. El caso parecía difícil de resolver, salvo para su superior, famoso por su preclara capacidad para la lógica.

 –¿Por qué? –repitió con el mismo tono, aún agachado.

Tras unos segundos, el ayudante le espetó:

 –No lo sé, señor. Hemos averiguado el quién y el cómo decenas de veces, pero el por qué… El por qué se escapa. 

–Piensa, piensa…

El ayudante apretó las cejas, como si necesitara hacer un esfuerzo físico con su cerebro.

–El porqué de todo esto, señor,  es… es… No lo sé, señor –se rindió.

El jefe, sin inmutarse, se dispuso a aclarar su pregunta:

 –¿Por qué trece pétalos?... ¿Por qué un pistilo amarillo polinizado?... ¿Por qué el tallo es verde y no azul?... ¿Por qué huele así, y no de otra manera?... ¿Por qué sus raíces se hunden en la tierra, en busca de alimento?... ¿Por qué, querido amigo, hasta la más pequeñas de las margaritas ama la vida?... –. El subordinado no fue capaz de responde a ninguna de aquellas cuestiones. Confuso, se quitó el sombrero y se rascó con fuerza la parte superior de su cabeza, susurrando unas palabras ininteligibles–. ¿Qué dices, amigo?

 –El amor… –afirmó el ayudante en un susurro.

 –No te escucho.

 –El porqué de todo, señor… es el amor.

El jefe se levantó, impulsándose sobre sus rodillas, y le puso de nuevo la mano en el hombro. Dándole un par de bocanadas a su pipa ya preparada y encendida, sonrió, y acercando su boca al oído de su ayudante le dijo:

–Elemental, mi querido Watson.