XX Edición
Curso 2023 - 2024
Chapa y pintura
Álvaro Martín de los Ríos, 14 años
Colegio El Prado
No entendía qué le había ocurrido. ¡Con lo bien que marchaba la carrera!... Hubo un momento en el que tuvo el presentimiento de que iba a proclamarse ganador, pues se encontraba con fuerzas para encarar los kilómetros que faltaban hasta la meta y se había situado en una buena posición. Pero, de repente, todo se le vino abajo. Una vez en el suelo, Álvaro comprendió que había cometido uno de los errores de los que momentos antes le había prevenido su entrenador.
En cuanto el silbato indicó el inicio de la carrera, todos los participantes se pusieron a pedalear presas del nerviosismo. No era la primera vez que Álvaro competía en Cantabria; sabía que allí las etapas son duras a causa de sus desniveles montañosos.
Todos los que formaban parte del pelotón luchaban por ganar. Estaban dispuestos incluso “a meter el casco” para conseguir un lugar a la cabeza de aquella masa de ciclistas. Álvaro se concentró en las dos instrucciones del entrenador de su equipo: seguir la rueda al campeón de Cantabria y cuando atacara otro ciclista, colocarse detrás de los dos o tres siguientes contrincantes.
Faltaban quince kilómetros para el final de la carrera cuando le superó un murciano. Álvaro, de sangre caliente, saltó tras él. Los dos consiguieron sacarle unos metros de ventaja al pelotón. Parecía que todo le iba bien cuando, al mirar hacia atrás para comprobar la distancia con el grueso de las bicicletas, no vio un giro muy cerrado hacia la derecha, se le fue una y cayó al ardiente asfalto, contra el que se quemó la piel.
Estaba en el suelo, con el maillot roto a la altura del hombro y el culote rasgado, por el que se veía una herida a lo largo del muslo. Al ponerse en pie, la sangre se le deslizó desde la rodilla al pie. Mareado tomó la bici, colocó la cadena –que se había salido de la pletina a consecuencia del golpe– y volvió a pedalear.
Entendió que el pelotón había pasado junto a él y que estaría carretera adelante. Sintió un ataque de rabia, pues apenas unos minutos antes había tenido grandes posibilidades de proclamarse victorioso. Se le escaparon unas lágrimas, pues comprendió que la etapa se había acabado para él.
Nada más pasar por la línea de meta, le atendió un médico. Mientras le curaba, tenía a medio pelotón mirándole, como si no hubieran visto a un compañero magullado. Entonces Álvaro les preguntó por la identidad del ganador. Su rabia se incrementó al oír el nombre del murciano.
Llegó su padre a la ambulancia. Al ver sus heridas y su gesto de decepción, le dijo:
–Alvarito, esto no es nada. Un poco de chapa y pintura, y todo quedará arreglado.
El ciclista comprendió lo que conlleva dedicarse a la bicicleta: las caídas obligan al ciclista a levantarse, para no quedarse atrás. Aquella revelación le gustó. Estaba dispuesto a seguir aceptando el reto.