XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Cómo bailar el otoño 

Raquel Giménez, 14 años

Colegio La Vall (Barcelona)

A Amelia le gustaba el otoño, pues disfrutaba con la danza de colores propia de aquella estación, una polca frenética que sigue las notas del verano y, al final, un ritmo lento y melancólico que introduce al invierno. 

No obstante, no todo el mundo sabía bailar aquella polca, pues eran muchos los que se deprimían cuando la melodía se volvía lenta y triste, incluidos los compañeros de Amelia, quien iba cada mañana al trabajo regalando sonrisas, dispuesta a enfrentarse con alegría a los retos de la jornada, fueran cuales fuesen. 

Al entrar en la oficina saludaba a todos sus colegas antes de sentarse en su lugar, con el ánimo alto a pesar de aquella colección de miradas apesadumbradas. Sus compañeros habían perdido el ritmo y la energía bajo las notas solemnes del cambio de estación. Amelia estaba segura de que muchos de ellos se habrían quedado en un rincón de su casa, con los ojos perdidos en el vacío y suspirando, pero ella, de una manera u otra, conseguía, hacerles sonreír. Incluso lograba que el nuevo becario y el jefe terminaran desternillados de la risa. 

Amelia apuntaba cada uno de sus logros en una libreta pequeña que llevaba por título “Cómo bailar el otoño”. Cada vez que se sentía triste o desanimada, leía las notas que iba escribiendo y, de alguna manera, recuperaba la seguridad de que era una mujer útil a la que le satisfacía la vida.

Una tarde se dejó la libreta en el trabajo. A la mañana siguiente, no volvió. Tampoco los días sucesivos. Sus compañeros asumieron que se había marchado de la oficina para siempre, y le encargaron al becario que recogiera las cosas de Amelia y las tirara a la basura. Lo hizo; se deshizo de todas, excepto la libreta. Aquel objeto –unas cuantas hojas grapadas a unas tapas– le fascinó de un modo inexplicable, y decidió echarles un vistazo.

Jorge acude cada mañana al trabajo con una sonrisa, y saluda a sus colegas con optimismo. Logra transmitirles su felicidad, al menos durante unos segundos. Y lo apunta en la libreta que perteneció a Amelia, quien sin saberlo le enseñó a bailar el otoño.