VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Como siempre

Javier López-Frías

                 Colegio Mulhacén  

Suena el despertador; otro día de colegio.

Roberto despierta en casa de su padre. Odia el colegio. No son ni las clases, ni el trabajo ni los profesores. Tampoco los deberes ni los exámenes, pero para él es mejor quedarse en la cama.

La voz de su padre se cuela por el quicio de la puerta de su dormitorio, junto con un haz de luz del pasillo. Es un hombre duro y, como padre más todavía. El chico sabe que no le conviene quedarse en la cama. Si su padre tiene que entrar a por él, será mucho peor. Roberto se levanta a regañadientes, con aire cansado.

Como siempre, le murmura a su padre los buenos días y recorre el pasillo hasta el cuarto de baño. Como siempre, su hermana pequeña ya está llorando. Se da una ducha rápida y se viste deprisa para ir a clase. Desayuna lo mismo que siempre, hace su mochila y sale de casa a la misma hora de siempre.

Roberto pasea hacia el colegio, intentando hacer tiempo. Mientras camina, varios chicos en bici se le acercan, le empujan y le insultan. Es su forma de divertirse. Ellos lo pasan bien, mientras Roberto agacha la cabeza, igual que todos los días.

Hoy, a pesar de este desafortunado encuentro, no es una mañana especialmente desagradable, aunque no sea un día bueno. Roberto ya no se acuerda del último que experimentó porque siempre ha tenido problemas, problemas que no son culpa suya, pero que siempre están ahí.

Tras cuarenta y cinco minutos, llega al colegio. Es tarde y don Esteban lo sabe. Además, Roberto no está precisamente enchufado con ese profesor ni con ningún otro.

Tal y como Roberto esperaba, don Esteban le ridiculiza delante de sus compañeros de clase. Hasta ése a quien tenía por un buen amigo, se rió. Roberto había buscado en él una mirada de consuelo, pero lo encontró. Se comportaba igual que el resto, con la diferencia de que su risa le provocaba mucho dolor.

En clase de Educación Física, intenta pasar desapercibido. Exceptuando un par de bromas y defendiéndose en la vigilancia del entrenador, lo consigue.

Lo peor llega en el recreo. El entretenimiento de muchos compañeros y otros alumnos de clases superiores e inferiores, es reírse un rato de él. Para eso está Roberto. Ése a quien tenía por un buen amigo, está con ellos. Lla indiferencia está en su mirada. El que consideraba su amigo hace oídos sordos ante la injusticia a la que los demás le someten. Ante otros ojos, el chico no lo hace mal; no se está metiendo con Roberto. Pero no es suficiente.

Después de comer solo, Roberto vuelve a casa bajo la lluvia. Entra en su habitación, termina los deberes, se sienta en la cama y llora, como siempre.