VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Con el amor de una rosa

Verónica Ana Adell, 15 Años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Max conducía a gran velocidad por las montañas. Le había prometido a su madre pasar por casa antes de irse a la universidad, pero después de recibir en el teléfono aquel mensaje de su mejor amiga, se había olvidado de todo lo importante: tanto a su madre como el examen que le esperaba en su pupitre.

Rumiaba una y otra vez, mordiéndose los labios con inquietud, las palabras que habían aparecido en su pantalla. Sara estaba siendo tratada de leucemia, pero en las numerosas visitas que él le había hecho, la había encontrado serena, esperanzada y con fuerzas.

Sin preocuparse, dejó el coche mal aparcado frente al hospital. Subió en el ascensor, ansioso por llegar a la habitación de su amiga. Chocó varias veces con alguna que otra enfermera. Ya delante de la puerta 156, llamó con sutileza, pero nadie respondió. Abrió ligeramente y la imagen que captaron sus ojos no fue la esperada: una simple cama vacía y limpia. Sintió cómo el corazón se le iba a escapar por la boca, las lágrimas se apoderaron de sus ojos y con rapidez volvió sobre sus pasos.

-¿Sabe donde está Sara Álvarez? -le preguntó a un médico.

-En la sexta planta, habitación 260.

No tardó en llegar. Allí estaba ella, recostada sobre la almohada, algo pálida.

Sara le sonrió con timidez. Max no dudó entrar. Se miraron durante un buen rato. Él cogió su mano tembloroso, sin saber que decir. Murmuró un simple “Hola”.

Una débil sonrisa se marcó en el rostro de su compañera.

-¿Qué pasa?-preguntó Max.

-Hay un donante -afirmó.

Eso quería decir que estaba a un paso de curarse por completo.

-¿Qué?... Nunca me dijiste que te podrías curar con un donante.

-¿Para qué decírtelo? Sabía que te ofrecerías y no quería que corrieras ese riesgo.

-¿Por qué?

Sara le miró con dulzura.

-Porque si me curaba, necesitaría tener a mi lado a la persona a la que mas quiero.

-¿Y…y si no hubiera surgido ningún donante?

-Ni siquiera me lo planteé. Simplemente, me ha guiado la fe.

Él se sonrojó y la miró comprensivo. Max no era creyente.

-Entonces, me quedaré contigo hasta el final -sonrió Max y miró la rosa que le había traído el día anterior. Permanecía con ella como él lo estaría siempre, a su lado.

De pronto le vinieron a la cabeza todos los días que habían compartido, dentro y fuera del hospital, en el colegio y en el instituto, los momentos malos y los buenos. Con delicadeza posó un suave beso sobre la mejilla de su chica, suspiró relajado y cogió aire sin retirar su rostro del de Sara. Estaba feliz, el peso que llevaba dentro se había esfumado dejando paso al olor de la rosa, el de Sara, el de la esperanza..., el de la fe. Aquel era el aroma del amor.