IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Conclusiones de una noche
sin dormir

María Rueda, 16 años

                  Colegio Los Tilos (Madrid)  

Las estrellas brillaban sobre Madrid, donde el silencio se apoderaba lentamente de la noche, vagamente iluminada por el toque anaranjado de las farolas. Todos dormían, excepto Marla. Tumbada en la cama, miraba el techo ligeramente inclinado de su habitación del último piso de un edificio vanguardista. Normalmente, la respiración constante de su gato dormido sobre la colcha, hacía que Marla se tranquilizara, pero esa noche no. Un hormigueo continuo invadía su estómago.

Cerró por un instante los ojos enrojecidos de tanto llorar, pero al rato los abrió. Le resultaba imposible dormir con las preocupaciones que vendrían a la mañana siguiente. Su corazón latía con dolor, no había nadie que la comprendiese, estaba sola ante la vida.

Se levantó, caminó hacia la ventana y observó pausadamente la gran bóveda del firmamento. Entonces comprendió el sentido de su espera: debía prepararse, pero la cuestión era cómo, cuál sería la mejor manera de habituarse a vivir sin su madre.

No entendía por qué había cogido de la mano a los ángeles para marcharse de este mundo. Era un sentimiento que intentaba refrenar, pero que volvía y volvía, atormentándola hasta echarse encima la culpa de lo ocurrido.

Dejó abierta la ventana y volvió a la cama. Llevaba varios días sin dormir. La noche anterior, mientras descansaba en la silla de una habitación de hospital, intentaba pensar en lo maravilloso de la vida. Pero sus pensamientos la llevaban a caminos solitarios en los que se veía sin su madre, desprotegida y vacía. Marla se negaba a aceptar la realidad.

La gente pasaba para saludar, dar el pésame y marcharse. Nadie deseaba pasar mucho tiempo junto al cuerpo sin vida de la vecina o de una conocida del barrio. Por la mañana Mara se había puesto una chaqueta negra sobre la ropa con olor a hospital, para asistir al funeral de su madre. Las gotas de lluvia resbalaban por sus mejillas confundiéndose con las lágrimas. Sólo era capaz de mirar al infinito, no podía ver cómo el cuerpo de su madre quedaba encerrado en el sepulcro.

“Lo sentimos, pero la enfermedad no tiene cura”, le dijeron los médicos una vez finalizadas las dolorosas pruebas a las que sometieron a su madre. Nada sirvió para acallar su llanto. Sus ojos se tornaron sombríos y sus manos temblaban a cada instante.

Tras cinco largos meses de enfermedad, su madre falleció en el hospital completamente sola, ya que Marla se encontraba en el colegio. Cuando la muchacha recibió la noticia, dejó todas sus cosas sobre el pupitre y se marchó.

Por fin el sol iluminaba su oscura velada. Marla se levantó y cogió su maleta, a su gato y un libro. Debía marcharse de Madrid para cumplir la triste misión de llevar la triste noticia a sus hermanos y a su padre, que se encontraban en Colombia.