VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Corazón Rojo

Gema Sancho-Miñana, 14 años

                  Colegio Vilavella (Valencia)  

Era noche cerrada y un grupo de hombres cerraba un círculo alrededor de una hoguera, situada junto a una mina oscura y abandonada. Estaba a las afueras de un pueblo, en mitad de un desierto y tan solo se podían distinguir unas cuantas casas, algunas tabernas y un par de salones, El Caballero y Corazón Rojo.

Aquellos hombres habían llegado hasta allí siguiendo las instrucciones que encontraron en el diario de un familiar lejano de Dan, el jefe del grupo. Comenzó a leer el diario en voz alta, pero no decía nada sobre el tesoro que podría estar escondido por los alrededores.

Empezaron a inquietarse, pues llevaban mucho tiempo cumpliendo a rajatabla lo que ponía en aquellas páginas.

-¿Seguro que no dice nada más? -preguntó uno de los exploradores.

-No. Ni siquiera hay anotaciones ni anotaciones al margen.

-No te creo. Me juego mi diente de oro a que te lo has callado para quedarte con todo.

-¡Eso no es verdad! -repuso Dan.

Se inició una pelea entre los exploradores. Rato después, ya cansados, con moratones y algunos dolores, se fueron cada cual por su lado para intentar dormir.

Dan no pudo ni cerrar los ojos. Le resultaba inconcebible que el tatarabuelo de su bisabuelo le hiciera semejante jugada, así que volvió a coger el cuaderno y lo leyó de cabo a rabo, buscando cualquier entrada secreta. Pero acabo con más frustración que antes y lanzó el cuaderno al suelo, desperdigándose sus hojas. Al recogerlas, se dio cuenta de que las páginas de un color más amarillento, al mancharse de la ceniza de la fogata, permitían apreciar unas cuantas letras.

Se puso en pie y las manchó un poco más. Entonces aparecieron palabras, frases completas.

A Dan le dio un vuelco el corazón al leer:

<<Estoy seguro que cuando descubras este texto, llevarás mucho tiempo buscando mi tesoro. Permíteme que te cuente algunos detalles de mi vida.

De joven me junté con gentes que me hicieron rico, pero también me hicieron vivir peligros y aventuras. Les saqué el mayor provecho a las tierras de Colorado y de Silverado. Cuando ya no podían darme más, las vendí a un precio mucho más alto que el que les correspondía.

Cuando logré suficiente oro para vivir sin tener que trabajar, me vine a Trebuchet, en donde voy a acabar mis días. Solo me faltaba una cosa por vivir: nunca he recibido verdadero amor. Las mujeres se me acercaban por todo el oro que poseía, pero yo quería que me amaran por lo que soy. Hasta que conocí a Beatriz. Junto a ella podré morir feliz.

Aprende esta lección: la soledad del rico es muy triste; no merece la pena vivirla>>.

A la mañana siguiente salió el sol y el grupo de exploradores se puso en marcha. Vanio era el que más enfadado estaba. Estaba recogiendo sus cosas cuando Dan le preguntó adónde iba.

-Me marcho. Conseguiré oro y fortuna en otra parte y ningún mequetrefe volverá decirme lo que tengo que hacer.

-Haz lo que quieras.

Vanio emprendió el viaje, pero no se fue solo: había convencido al resto de los exploradores para que le acompañaran. Fue así como Dan se quedó solo, tal como le había dicho el autor de la carta que no lo hiciera.

Se marchó al pueblo. En El Caballero pidió un whisky doble. Acodado en la barra, escuchó las conversaciones de los demás clientes. Estaban ingeniando la manera de entrar en Corazón Rojo, en donde estaba vetada la entrada a los hombres. Dan cayó en la cuenta: el tesoro tenía que encontrarse en Corazón Rojo, Pero, ¿cómo podría entrar? Si conociera a Beatriz... pero estaba muerta, lógico.

Probó suerte y fue por la mañana. Le dijo a la guardiana de la puerta quién era y cuáles sus antepasados. Pero no le dejó entrar.

Probó por la noche, pero el local estaba cerrado a cal y canto.

A la mañana siguiente, cuando dos mujeres se dirigían hacia Corazón Rojo, les explicó su problema.

-Entonces, ¿tú conocías a Beatriz? -le preguntó una de ellas.

-No. Félix, mi antepasado, lo hizo Y creo que llegaron a casarse.

-Sabemos quien es Beatriz. Fue la primera que dejó entrar a un hombre que regaló mucho oro para nuestro salón. Y también sabemos lo que andas buscando. Ven con nosotras...

La que hablaba era siempre la misma, bastante gruesa y con uno vestido que arrastraba el polvo del suelo y que tenía un color marrón en lugar del rosa que fue al principio. La otra era morena, con una fina figura pero al mismo tiempo esbelta y muy tímida.

Accedieron por una puerta trasera a una habitación poco amueblada. Allí había un arcón solitario con unas flores encima. Dan lo abrió y se encontró papeles y oro, oro a montones, cubierto de polvo. Había oro para mantener una ciudad entera.

Agradeció la ayuda prestada. Salió con el oro en una mano. En la otra llevaba a la señorita morena.

Se hizo una casa en una verde pradera, soleada y cubierta por mantos de flores. Allí vivió con su mujer, dos niños y cinco perros.

Se quedó con una parte del dinero. La otra la destinó al pueblo.