IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Cosquillas al fondo del pasillo

Mercè Raventós, 17 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Eran las ocho cuando llegaste a casa después de la tarde más agotadora de tu vida. En seguida notaste en la cara de la pequeña un deje de desilusión que intentaba disimular para no entristecerte. Probablemente, sus amigos habían pasado por casa para llevársela al parque, pero Martina había visto pasar las horas sentada en las escaleras de la recepción del colegio, aguardando tu llegada.

Durante el trayecto la lluvia empapaba tus mejillas, confundiéndose con alguna que otra lágrima. Te asustabas cada vez que la niña tosía al tiempo que, otra vez más, te proponías llevar la moto al taller.

Al llegar a casa encontraste a tu marido intentando algo en la cocina. Él la llenó de besos, y también a ti. Cuánto te anima su cariño, su mirada serena... Es el mejor padre y un marido inigualable. Aunque él no lo sabe, sólo gracias a su ayuda pudiste salir adelante. ¿Cómo agradecérselo sí él lo desconoce? No tardó en percatarse de que algo rondaba tu mente.

-Martina, anda deprisa al baño que enseguida papá irá a enjabonarte.

-Sí, papi -la pequeña echó a correr, graciosa, por el pasillo iluminado.

-Bien -dijo él con una media sonrisa-. ¿Me cuentas que se esconde bajo tu cara triste?

-Estoy cansada... ¿Qué quieres para cenar?

-Tú madre ha traído caldo y tengo unas hamburguesas en el microondas.

-Eres genial... Voy a poner una lavadora. ¿Tienes algo que...?

-No huyas, Paula.

Ella se quedó suspendida.

-Sabes mejor que yo de qué te estoy hablando –bajaste la cabeza y enrojeciste.- Anda, dímelo.

-Yo...

-¡Papi! –les llegó el reclamo de la niña, que chapoteaba en el agua caliente.

-¡Enseguida voy! Cariño, ¿me prometes que después de cenar me lo cuentas todo?

Después de un gran suspiro conseguiste pronunciar un sí, pero al levantar la cabeza él ya no estaba. Al fondo del pasillo se oían las risas de Martina por las cosquillas que le hacía su padre.

***

Faltaban dos minutos para las once. Fue un acto reflejo que miraras el reloj. Pura costumbre. Ella no lo entendió así.

-Hugo, ¿me estás escuchando?

-Sí, y quiero que sepas que no estoy enfadado.

-¿Cómo?

-Esperaba esta conversación desde hacía mucho, quizá para echarte en cara lo que ni siquiera intuía, quizá para olvidar lo que, hasta ahora, yo he hecho mal-por su cara supiste que iba a empezar a llorar de nuevo-. Pero me equivoqué: nunca me atrevería a juzgar tus acciones y jamás seré capaz de agradecerte suficientemente tu sinceridad.

-Hugo...

-Admiro tu valentía. Paula. Entonces teníamos problemas económicos y yo me tapé los ojos, pero tu supiste verlos y por eso pensaste abortar. Pero tu amor por nuestra hija, aún antes de que naciera, y tu admirable sentido común evitaron lo que hubiera destrozado nuestro matrimonio.

-Aun y así, cada vez que la veo...

-Lo sé, detestas el recuerdo, pero no olvides que tu elección fue la acertada y que con ella nos has hecho felices, y en un futuro...

-Gracias.

Permanecisteis abrazados. Aquella noche empezaba una nueva vida para los tres.