XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Cuando aprieta el
hambre 

Carmen Almandoz, 15 años 

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Era un domingo soleado en Sevilla y el reloj apuntaba las tres, la hora del almuerzo. Un olor intenso a carne guisada se colaba por las callejuelas del centro. Parecía un día inmejorable para casi todos.

 –¿Alguien me puede explicar dónde se ha metido esta mujer? Y no es solo ella, sino toda la humanidad la que parece haberse volatilizado. ¿Es qué nos quieren matar de hambre?

–Fernando, no te altereres. Tiene que haber un motivo –le dijo Roco, la más sensata de las tres aves.

–¡Ya sé!... Todo ha sido una idea de la señora del bocata. Seguro que es su venganza por picotearle el otro día el pan; ahora quiere ajustar cuentas quitándonos nuestra comida –comentó Fernando, recordando las maldiciones de la mujer a las palomas que se desmigaban el currusco que se le había caído al suelo.

Timoteo lo miró poco convencido.

–No creo que el parque esté desierto por eso, Fernando. Aunque la mayoría de los humanos no nos alimente, la anciana tendría que haber venido para darnos de comer. Ella tiene buen corazón.

Timoteo, que era el más tímido de los tres, llamaba la anciana a la señora que aparecía a la misma hora para echarles maiz. Todas las palomas del parque la apreciaban por su generosidad.  A ella ni siquiera le importaba que las palomas se le colgaran de los hombros o se le posaran en la cabeza, con la condición de que no le dejasen ningún “regalito”, como decía.

–En eso tienes razón,  Timoteo– agregó Roco–. Tiene que haberle ocurrido algo grave para que no haya venido.

–¡Si al menos abriesen los bares!... Porque incluso en las basuras ha dejado de haber algo decente que echarse al buche. De todas formas, no me gusta comer restos podridos; soy una paloma con categoría, nada que ver con esas otras de barrio, tan mugrientas.

–Uf… Y que lo digas. ¡Comó echo de menos poder colarme en “El Milagrito” –Timoteo hablaba del bar que hacía esquina con el parque–. Ahí sí que se come bien.

Se produjo un largo silencio. A los tres pájaros les parecía que todo era irreal. Por eso no dejaban de hacerse preguntas para las que no encontraban respuesta. El mundo de los humanos es muy complicado para una paloma. 

–¿Recordáis a los borrachos que cantaban los viernes de madrugada? –preguntó Roco con tono nostálgico.

–Sí; mis pobres polluelos no podían pegar ojo, pero he de confesaros que si ahora uno de ellos entonase una canción, yo la escucharía con gusto. De momento los petirrojos les han tomado el relevo. Los detesto, porque se creen los únicos que cantan bien –les calificó Fernando con desprecio.

Roco y Timoteo intercambiaron una mirada divertida; con los comentarios de su amigo no había quien se aburriese. 

–¿Y  los niños?... Echo de menos a la pequeña, la pelirroja. ¿Cómo se llama?

–No me hables de los niños, Timoteo –resopló Fernando–. Juegan a espantarnos. ¡No los aguanto! Les parece gracioso asustar a una paloma. ¡Pues no, señor! En cuanto regresen, si alguno se interpone en mi camino se enterará de lo que es bueno. 

–Tienes que tener en cuenta que, gracias a ellos, no deambulaban tantos gatos.

–Eso es verdad, lo reconozco –asintió, pues sentía pavor hacia los felinos callejeros.

Aletearon hasta una fuente.

–¿Nos volveremos a encontrar mañana, aquí y a la misma hora? 

–No sé qué decirte Roco –se echó un poco de agua sobre las plumas del lomo–. Supongo que la anciana tampoco vendrá.

–Venga, no seas derrotista Fernando. Te apuesto a que escucharemos los chillidos de los niños, el canto de los borrachos. Y a que nos llenaremos los estómagos.

–Está bien. Si insistes…

–Insisto; mañana probaremos suerte.