XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Cuando nadie le veía 

Marta Ruiz Bravo, 15 años

Colegio Sierra Blanca (Málaga)

Antonio era un niño risueño al que le encantaba pasar tiempo en familia. Un domingo en que bajó a desayunar, para su sorpresa, se encontró con Clara, su madre, que lloraba en el recibidor de la casa.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? —sollozaba mientras Álvaro, su marido, le ofrecía un vaso de agua.

—Debemos confiar en los médicos —intentó consolarla.

—¿Os encontráis bien? —les preguntó Antonio.

Sus padres parecieron no escucharlo. Antonio volvió a preguntarles, alzando un poco más la voz, pero siguieron hablando entre ellos como si su hijo no existiera.

—¿Y qué le decimos a Marquitos sobre lo sucedido? —cuestionó la madre —. Debe saber lo que le ha pasado a su hermano.

—Yo me encargo de eso. Tú avisa a tus padres y a los amigos de Antonio.

Marcos, el pequeño, apareció por una puerta.

—¿Qué le pasa a Antonio? —les interpeló.

Su padre flexionó las rodillas para colocarse a la altura de su rostro.

—Cariño, está en el hospital. Pero, no te preocupes; seguro que se recupera muy pronto.

—¿Cómo que en el hospital?... Pero si estoy aquí y, además, me encuentro bien—les dijo Antonio, a punto de llorar.

Dándose por vencido, echó a correr fuera de la casa en busca de alguna explicación. Se topó con Juan, su mejor amigo, que, a la vez, era su vecino. Caminaba junto a su madre y Antonio lo llamó a gritos.

—¡Tengo que contarte una cosa!

—Anda, vete a jugar al parque que tengo que hablar con los padres de Antonio —le animó su madre—. Pobrecitos… Estarán destrozados. Y no me quiero ni imaginar cómo habrá reaccionado Marcos.

—Pero, mamá, Antonio va a recuperarse, ¿verdad?

—Mi vida, debes concienciarte de que se encuentra en estado crítico. Pero, aún así, no debemos perder la esperanza.

Antonio no se lo podía creer, primero sus padres, después su hermano y, en ese momento, Juan y su madre.

—¿De verdad que no me ves ni me oyes? —le preguntó a su amigo en cuanto se puso a su lado.

Pero Juan lo ignoró. Además, en ese instante los chicos del parque lo requirieron para jugar un partido de fútbol.

—¡Corre! –le animó su madre mientras se secaba las lágrimas–. Si necesitas algo, estoy en casa de Antonio.

Se pasó el resto del día encerrado en su habitación. Por más que se había esforzado para que le hiciesen caso, no había servido de nada.

Al caer la noche se metió en la cama, pero no lograba conciliar el sueño. Hasta que, de pronto, un resplandor que venía de la calle captó su atención. Decidió salir fuera para investigar.

Caminó hasta el final de la calle, tratando de descifrar la identidad de una figura humana que se encontraba en el interior de aquella luz. Al alcanzarla, aquella persona le dio de la mano. En mismo instante, Antonio supo de quién se trataba. Ambos esbozaron una sonrisa y, tras ese gesto, al muchacho se le contagió una sensación de paz por todo el cuerpo. 

Al más amanecer, Clara recibió una llamada del médico. Habló en cuchicheos y tras colgar el teléfono comenzó a dar gritos entre lágrimas. 

—¡Ha fallecido esta madrugada! 

El coma inducido tras el accidente había derivado en la muerte cerebral del chico. Los médicos no habían podido hacer nada para salvarlo.