VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Dar la cara

Blanca Fuego, 16 años

                 Colegio Peñamayor (Oviedo)  

La nieve crujía bajo sus pies y a cada paso sentía como se le iban empapando las botas . Pero nada parecía importarle; seguía pensando en el mal trago que había pasado en la oficina. A uno de sus compañeros se le ocurrió mencionar algo acerca de la próxima Navidad y la conversación acabó con las burlas de los demás compañeros. Uno decía que era una historia patética. Otro, que si se trataba de un cuento de niños… Mientras, María intentaba esconder bajo una carpeta el dibujo que su hija le había regalado el pasado domingo: un portal de Belén con sus pastores y su Niño Jesús, al que había añadido su figura y la de sus padres y hermanos. No quería tener parte en esa conversación, pero sus esfuerzos por pasar inadvertida hicieron que uno de sus compañeros, Álvaro, el mismo que había iniciado las burlas, advirtiera su tensión y el dibujo que intentaba ocultar.

-¿Y ese dibujo, María? ¿Qué nos intentas ocultar? –preguntó entre risas – ¡No!... ¡No puede ser!... ¿Le enseñas estas tonterías a tus hijos? Con lo que peleo yo en el colegio para que nadie le meta ideas mitológicas a mi hijo. Y tú... ¿No me digas que eres de esas que rezan? -seguía riendo.

Algunos de sus compañeros siguieron a Alvaro.

Una compañera intentó defenderla:

-De eso nada. Simplemente quiere darle algo ilusión a su hija mientras es pequeña e inocente. ¿Que hay de malo? Ya crecerá…

María tragó saliva al ver que algunos de sus compañeros afirmaban con la cabeza.

-¿Es por eso, verdad?...

Maria levantó la vista y dudó durante unos segundos observando el dibujo de su hija. Pero al final se rindió.

-Por supuesto. Es pequeña y le gustan estas cosas. No voy a quitárselas por muy patéticas que sean.

Su respuesta hizo que Álvaro se riera por lo bajo con expresión de triunfo.

Pocos minutos después ya estaba en la calle, de camino al coche, para recoger a sus hijas en el colegio. Se sentía una cobarde por no haber sabido defender sus auténticos ideales, aunque en ocasiones no estuviera muy segura de ellos. Lo que si tenía claro era que la Navidad no le parecía patética ni infantil. Pero, ¿cómo decirlo delante de todos sus compañeros? Si. Era normal que hubiese reaccionado así; no era tan malo…, se mentía a si misma para intentar sentirse mejor y olvidarse de lo ocurrido. Pero le venía continuamente a la cabeza una pregunta: “¿En que creía?”. Siguió caminando hasta llegar al coche, mientras esta duda le torturaba una y otra vez.

***

-¡Mamá, mamá! –Una niña de cinco años corrió a darle un abrazo, seguida de otras dos algo más mayores que ella.

-¡Hola Carmen! ¿Qué tal el cole hoy? -preguntó mientras les ayudaba a subir al coche.

-Muy bien. Hemos preparado las coronas para la obra del viernes. La profe me ha dicho que lo he hecho muy bien -presumió con orgullo.

-Eso hay que contárselo a papá en cuanto lleguemos. ¿Y vosotras, qué tal? -se dirigió a sus otras hijas-. ¿Tú, Elena, has hecho algo divertido?

-Hemos preparado el portal y cantando villancicos. Una niña me ha dicho que a su papá no le gustan y yo le he contado que a mi mamá le encantan, que no es ninguna tontería y que esta tarde vamos a poner el Belén.

-¿Y ya está? ¿No te dijo nada más? Que suerte…-habló Inés ,la mayor, de nueve años-. El otro día, una niña de clase se empezó a reír de mí por lo mismo. Le dije que me daba igual lo que pensara, que en casa celebrábamos la Navidad. La profesora me felicitó por defender las tradiciones de mi familia, por cuidar al Niño Jesús. ¿Qué sentido tendría poner el portal o cantar villancicos si luego me avergüenzo por ello?

María la miró asombrada a su hija por el retrovisor. Se sintió orgullosa de ella y avergonzada de sí misma.

-¿Qué pasa, mamá? ¿Hice mal?-preguntó Inés ante el silencio de su madre.

-No, cariño… No lo pudiste hacer mejor.

Su hija le sonrió. María entendió que de haber actuado en la oficina como ella lo había hecho en el colegio, se sentiría tan bien como ella, porque la muchacha estaba feliz y se notaba. Decidió que no volvería a dejarse llevar por lo que los demás fueran a pensar.

Arrancó el coche. En casa, armaron entre todos el belén, después -por supuesto- de que Carmen le contara a su padre lo bien que había fabricado la corona.