XVI Edición
Curso 2019 - 2020
De la ignorancia a la duda,
el camino a la sabiduría
Diego Zatarain, 17 años
Colegio Campogrande (México)
Como todo adolescente, soy una persona apasionada. Me encanta la discusión y la polémica amigable -siempre que no recurra a emociones demasiado tajantes- con personas de todo tipo: jóvenes y adultas. Me gusta hablar sobre cuestiones que son auténticos dilemas en nuestros días. Y como no soy conformista, suelo cuestionarme si los mensajes que me llegan a través de los medios de comunicación son ciertos o si esconden el interés de contagiarnos una única opinión acerca de asuntos en los que caben muchas interpretaciones.
En todo caso, reconozco que no siempre he dado en el clavo con mis métodos de discusión. Por ejemplo, una vez me encontraba charlando con mis amigos sobre si el alunizaje de 1969 escondía algún elemento fabricado previamente. El problema fue que no realicé ninguna investigación previa, así que solo dialogué a partir de especulaciones.
Cuando comencé este gusto por la polémica, creí que el fracaso de mis tesis en los debates se debía a la falta de experiencia propia de mi edad. Pero no tardé en comprender que se trataba, más bien, de que desconocía el contexto de cada una de las cuestiones que me ponía a discutir.
Para defender una razón, antes hay que acumular múltiples experiencias educativas y familiares, incluso alimentar las más variadas aficiones, especialmente la lectura y la consulta de fuentes intelectuales. Si no, la ignorancia permanece y se pierde todo sentido crítico, difuminando lo que pretendemos sea fruto de nuestra investigación.
Pero es un error culpar a nuestra ignorancia, ya que ésta es el punto de arranque esencial de todo proceso de aprendizaje: nos encontramos frente a una duda, y por ello, buscamos tiempo para hallar la información que pueda resolverla. La ignorancia (o, mejor, la duda) es el combustible de toda buena investigación.
Lo ideal sería que los adolescentes tuviéramos iniciativa para informarnos a fondo sobre todos los temas que debatimos, indagando en las fuentes y los datos, que deberán estar suficientemente sintetizados para nuestra mejor comprensión. Y aquí, como antes apuntaba, destaca la lectura más que cualquier otro medio, por más que nos estemos acostumbrando a valernos de vídeos, que muchas veces nos confunden con imágenes dispersas, enunciados cortos y poco desarrollados y con colecciones de gráficos sin soporte científico.
Si nos esforzamos en fomentar nuestra curiosidad para buscar la realidad de cada duda, y para analizar los distintos puntos de vista de distintos expertos, seremos capaces de ofrecer argumentos sólidos a cualquier debate.