XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

De mil maneras

Ana Santamaría, 14 años

                Colegio Tierrallana (Huelva)  

Clara observaba su habitación como si la estuviese viendo por primera vez. Lo cierto es que, de pronto, la miraba de un modo diferente: prestaba atención a cada detalle de su escritorio y a las fotos que colgaban de la pared. Se acercó a coger el libro que tenía en la mesita de noche cuando una mano le tocó en la espalda y la sobresaltó.

—Bienvenida a casa —un hombre de mirada firme le sonreía con cariño—. ¿La echabas de menos?

—No sabes cuánto. —De pronto pareció recordar algo importante—. Papá, ¿puedo llamar a Luisa?

Por el gesto de su padre, entendió que no parecía tener idea de quién era Luisa.

—Es una amiga del hospital —le explicó—. Le prometí que la llamaría en cuanto llegara.

—Oh, claro. Te dejo sola, entonces —dijo antes de sonreír de nuevo y dirigirse a la puerta—. Si te parece, después iremos a ver a mamá, ¿vale?

La chica asintió y se acercó a su mochila para coger el móvil. Marcó el número de su amiga y esperó impaciente.

—¿Sí?

—¡Luisa! Acabo de llegar a casa… No puedo creerme cómo ha cambiado todo...

—¡Cuánto me alegro!

—¿Cómo estás tú?

—Bien, aunque me duele todo el cuerpo, pero algo menos que ayer —le contestó una voz dulce—. Bueno, dime, ¿ya le has llamado?

Hubo una pausa antes de que Clara volviera a hablar.

—No.

—Tienes que hacerlo. Le encantaría saber que has vuelto —la animó.

Pablo le había demostrado de mil maneras que la quería de verdad, pero cuando Clara se enteró de lo que pasaba sintió miedo; cuatro meses antes le habían encontrado un tumor en el brazo. El médico decidió que tendría que amputárselo. Entonces Clara dudó de que aquel chico fuera a seguir queriéndola y prefirió dejarle sin explicarle el motivo. Por eso no sabía si era una buena idea volver a telefonearle.

Luisa consiguió que Clara se despidiera de ella después de prometerle que le llamaría. Después bajó las escaleras en busca de su padre. Encontrarse con su madre era lo único que deseaba en ese momento, pues ella siempre tenía las respuestas necesarias.

Durante el camino en coche no hablaron. Clara pensaba que un silencio vale más que mil palabras. Al bajarse del automóvil observó cómo el sol se escondía tras las puertas del cementerio. Se dirigieron al nicho de la familia, con la esperanza de encontrar fuerzas para afrontar todo lo que se le venía encima. En silencio, contempló las flores que había frente a la tumba. Una de las rosas tapaba la letra “t” de "tus amigos y familiares nunca te olvidarán". Clara siempre había pensado que esa era una frase demasiado pobre para una madre como la suya. La recordó sentada en su butaca, mientras le contaba historias de héroes. Se preguntó si alguna vez supo que para Clara no había otra heroína mejor que ella.

Miró a su padre, que lloraba, y se acercó a él para que le rodeara los hombros con el brazo, como cuando era pequeña. Una extraña sensación de paz la invadió al darse cuenta de que era la primera vez, en cuatro meses, que volvía a sentirse en familia. De pronto recordó que aún le faltaba algo por hacer y, separándose un poco de allí, sacó el móvil. Marcó el número al que tantas veces había llamado tiempo atrás y, armándose de valor, pulsó el botón verde. Cuando Pabló contestó, no pudo evitar sonreír. Era el comienzo de una nueva etapa.