XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Deber y obligación 

Alberto José Corella, 16 años

  Colegio Campogrande (Hermosillo, México)

—¿Obtuviste los documentos, George?

—Los tengo… pero había algo más —le contestó con un aura de misterio.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué encontraste? —Michael parecía confundido.

—Un dosier —confesó—. ¿Acaso tienes idea de lo que los norteamericanos les hacen a los vietnamitas?

Michael se quedó pensativo; sabía que su país no ponía reparos a la hora de maltratar al enemigo, pero, a pesar de ello, sabía cuál era su deber como soldado.

—Michael, esto no está bien.

—Entrégamelos, George —le ordenó, interrumpiéndole abruptamente—, debemos destruirlos.

—¡No!. El mundo tiene que saber lo que está pasando aquí. Deberíamos dárselo a la prensa.

—¡Eso es alta traición! —exclamó Michael.

—Quizás, pero acabaríamos con la guerra —opinó—. Salvaríamos cientos, miles de vidas… Dárselo a la prensa, insisto, es lo correcto.

George era consciente de que a Michael le iba a costar romper su código patriótico, pero aún con eso trató de hacerle ver que la ley moral es más valiosa y pura que las leyes de los Estados.

—Cuando nuestros compatriotas sepan lo que está ocurriendo, terminará su apoyo ciego a esta pelea sin sentido —reforzó su argumento —. Podré encontrarme con mi esposa, ver al pequeño Georgie... ¡Volveremos a casa, Michael!

Michael se quedó meditabundo. Sabía que George estaba en lo cierto, pero él no podía desacatar a sus mandos. Le golpeaba un dilema que no entendía cómo podía resolverlo: obedecer a su conciencia en perjuicio al buen nombre de su país, u obedecer a las autoridades para vivir con el remordimiento de haber obrado mal. Tras meditarlo durante unos segundos, contestó:

—No hay nada esperándome en casa. No tengo esposa ni hijos, como tú. La guerra es lo único que da sentido a mi vida. Todo lo que sé es que somos soldados, que no cuestionamos las órdenes de nuestros superiores sino que actuamos —afirmó.

—Pero Michael…

—No me digas <<pero Michael>> —le respondió en tono agresivo —¡Y entrégame los archivos!

A pesar de que su enojo de Michael era notorio, George contestó con calma:

—Deberías saber que los buenos soldados no siempre siguen las órdenes.

—Te equivocas —le replicó—. ¡Los buenos soldados siempre las siguen! –. Acto seguido apuntó a George con su arma y le dijo: —Y te estoy dando una orden, George…

Se miraron fijamente durante un momento. Michael no bajaba el arma. Su conciencia lo carcomía por dentro.

—No podemos permitir que esa información salga a la luz —Michael trataba de poner a George de su lado.

—Debemos hacerlo; es nuestra obligación moral —aseguró su compañero—. Si quieres los archivos, tendrás que matarme.

—No me hagas escoger entre mi país y tú. Eres más que un amigo para mí: eres como un hermano —reconoció entre sollozos.

—Entonces, mírame a los ojos cuando aprietes el gatillo.

<<No quiero hacer esto; no tengo por qué hacer esto>>, se decía Michael a sí mismo, mientras sus ojos se humedecían a causa de las lágrimas.

***

Michael hizo lo que tenía que hacer. Cuando la guerra llegó a su fin, no volvió a casa.