XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Del balón a la raqueta 

Ariana Esthefany Manrique, 15 años

Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)

Mis padres decidieron que yo debía desarrollar habilidades deportivas, lo que les obligó a descubrir cuál era el juego que me podría aportar aquello que necesitaba. Fue en el equipo de la escuela, en cuanto cumplí los nueve años, donde me matricularon al baloncesto. Me asusté, pues apenas sabía cómo dominar el balón, pero la entrenadora me recibió con amabilidad, lo que terminó por alentar mi pasión por ese juego.

Con el paso del tiempo descubrí lo mucho que me gustaba. Además, los entrenamientos se convirtieron en un regalo, pues en el equipo hice muy buenas amigas, con las que me esforzaba por mejorar en el estilo y en el conocimiento de las reglas del  juego. Un día la entrenadora nos convocó a unas cuantas para comunicarnos que ya estábamos preparadas para competir, lo que conllevaba la posibilidad de elevar al podio el nombre de nuestro colegio.

En un encuentro con otro colegio, me tropecé y caí de espaldas. Por suerte, mi papá estaba presenciando el partido y pudo llevarme a la clínica más cercana, pues había perdido el sentido. El golpe fué tan fuerte que comencé a quedarme sin respiración a medida que pasaba el tiempo. Después de algunos estudios y una larga estancia en la clínica, los médicos recomendaron que durante dos  meses no practicara aquel deporte que me apasionaba. Sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. 

—Tranquila, hija, que todo está bien —me consoló mi madre al ver la expresión de mi cara–. No es el fin del mundo. Pronto pasarán esas semanas. Además, eres fuerte y valiente 

Cuando me recuperé, volví a baloncesto, pero ya no era lo mismo. El golpe me había cambiado tanto que temía que me llegara la pelota. Mientras, mis padres buscaban un deporte para mi hermano. Como a él no le gustan el fútbol ni el baloncesto, le matricularon en una academia de tenis. Muchas veces yo iba a verlo, y desde la tribuna el juego con la raqueta se me hacía fascinante.  Mi papá, al comprender este entusiasmo, me propuso intentarlo. 

Días después comencé las clases. Al principio me resultó difícil adaptarme, pues algunos términos –como «picar»– también se utilizan en el baloncesto, pero su ejecución era totalmente distinta. Además, me enfrentaron a chicos más pequeños. Quizás por eso, la calidad de mi juego fue aumentando a lo largo de los meses. De alguna manera, estaba haciéndome mayor.

Me alegro de las experiencias vividas en la cancha de baloncesto. Además, raqueta en mano, he descubierto una nueva pasión.