XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Dementia

Inés Casas, 15 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

No le gustaba salir tarde del trabajo, pero es lo que tiene formar parte de la plantilla de una clínica psiquiátrica. A partir de las ocho, las horas se le pasaban muy lentas.

Decidió volver a su casa por un atajo, un camino claveteado de farolas que apenas daban un poco de luz a un descampado. Allí era raro encontrarse con nadie, mucho más a aquellas horas de la noche.

Llevaba ya la mitad del recorrido cuando, de pronto, oyó una voz. Se detuvo para agudizar el oído. Pronto descubrió su origen: una niña que se balanceaba bajo la luz de una farola mientras tarareaba una canción. Le invadió el desconcierto; esa niña debía de tener la edad de su hija, unos ocho años, y estaba sola, allí, en medio de la nada. Se acercó a ella.

-Hola, pequeña, ¿estás sola?

La niña no la escuchó y siguió canturreando.

Repitió la pregunta.

-¿Estás sola?

La niña giró bruscamente el rostro hacia ella. Tenía los ojos cubiertos por una venda manchada de regueros carmesí.

-¿Quieres jugar conmigo?

-Cómo… -dudó espantada.

-Préstame tus ojos –dijo con una sonrisa demente-. Me gustan; son muy bonitos. ¡Dámelos!

Se sacó un cuchillo de la manga de su vestido y saltó hacia ella, que se apartó y echó a correr.

-¡Solo quiero tus ojos! –la oyó sollozar en la distancia-. ¡Déjame tus ojos!

No se detuvo hasta llegar a su casa. Después de entrar, echó la llave antes de encerrarse en su cuarto. Temblando, intentó respirar hondo, pero otra respiración sustituyó la suya. Escuchó a sus espaldas una nana, cantada muy bajita, y una voz infantil que rayaba la locura.