IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Desaparecidos

Pilar Soldado, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Corría con todas sus fuerzas. Notaba el cansancio, el sudor en la frente y el frío en la garganta, pero eso jamás le haría detenerse. No se atrevió a volver la mirada, pues podría encontrarse con aquella visión que aterrorizaba su mente desde hacía meses. Pasó callejones oscuros y avenidas brevemente iluminadas por las farolas del pueblo. Todo estaba deshabitado. Era tan espeluznante el paisaje que al chico se le erizaron los vellos de la nuca y apretó la carrera, hasta que giró en una esquina, desapareciendo en la oscuridad.

Cuando llegó a su habitación, Alfonso pudo sentirse seguro y a salvo. El corazón le latía de forma tan acelerada que parecía salírsele del pecho. Se encogió sobre las rodillas sobre la cama y, agarrando fuertemente la almohada, ahogó un llanto seguido de numerosas lágrimas.

En octubre habían comenzado aquellos sucesos. Al principio creyeron que se trataba de un juego de niños, pero la situación fue empeorando hasta convertirse en una pesadilla. Todo empezó con un niño que desapareció sin dejar rastro. Luego fueron dos, tres..., hasta que la población empezó a encerrarse en sus casas y a salir en grupos hasta para comprar alimentos. El pueblo pasó a ser fantasmal y terrorífico y cubrieron sus calles con pasquines de desapariciones.

Un día, mientras Alfonso esperaba en casa el regreso de sus padres escuchó un ruido. Era su hermano pequeño, Daniel.

-¡Estúpido!-gritó Alfonso-. ¿Por qué tienes que toquetear el mp4 que me ha regalado papá? Lo has roto! ¡Te dije que no entraras en mi cuarto!¡Fuera de aquí! ¡Fuera, inútil!

“Fuera...fuera...” Esas palabras se repetían en su mente porque desde aquel día ya no supo más de su hermano.

Algún tiempo después, mientras Alfonso iba al colegio con un grupo de compañeros, por el rabillo del ojo pudo ver una sombra que parecía frotarse las manos. Disimulando, dijo a los demás que apremiaran el paso. Cuando ya se habían alejado de aquel lugar, Alfonso giró la cabeza y contempló una visión que le atormentaría para siempre: era un hombre excesivamente delgado. Sus piernas huesudas y torcidas estaban completamente al descubierto, y una pronunciada joroba remataba su espalda. El rostro era la viva visión de un calavera con los ojos saltones, casi fuera de las cuencas, y la sonrisa, demoníaca, abarcaba de una oreja a otra.

Alfonso gritó, exigiendo a los demás que echaran a correr. Entonces el hombre lo señaló y rió ensanchando su boca de sapo. Frotó nerviosamente sus manos y cojeando, desapareció.

Y ahora, Alfonso estaba en su cuarto, sin Daniel. Cuando se tranquilizó se preguntó si aquel extraño personaje estaría relacionado con su hermano. Fuera como fuese, tenía que encontrar con vida a Daniel y a los demás niños. Pero, ¿cómo...? Poco a poco, fue oscureciendo y Alfonso se quedó dormido.

***

-Te vas a enterar, niño... -decía la voz- Tú les dijiste que lo hicieran.

-¿Quién es? Que voz tan horrible... Déjame.

-¿Cómo te atreves...? Por tu culpa me quedé así.

-No sé de qué me hablas. ¿Quién eres?

-¿Ya no lo recuerdas, Alonso? Soy yo.

-No soy Alonso. Te confundes.

-Puede que hayas cambiado de amigos, pero sé que eres tú.

-¡Basta! Déjame.

-Pero ahora, yo... -la voz subió el tono-, me vengaré. Vas a ver lo que es sufrir...

***

-¡Cállate! -gritó Alfonso, saltando en la cama. Había sido una pesadilla.

-Hola ...–escuchó desde un rincón- ...Alonso.

Alfonso reaccionó con rapidez. Era el loco que había visto una vez, el que le había señalado. Estaba en su cuarto, oculto por la oscuridad. De pronto el monstruoso ser salió de entre las sombras y la luna iluminó su cara. A Alfonso le asustó tanto que se puso en pie sobre la cama. El loco llevaba un hacha.

-Ven, Alonso -susurró entre dientes.

El chico sólo tenía una escapatoria: la ventana. Por allí debía de haber entrado aquel hombre. Alfonso, sin pensárselo dos veces, saltó al jardín. Al levantarse de la caída, un dolor punzante le atravesó el brazo.

-Alonso...

El loco se había asomado también a la ventana. Alfonso corrió calle arriba en busca del cuartelillo, pero como todo estaba tan oscuro, decidió internarse en el bosque, en donde sería más fácil despistar a su agresor. Allí se escondió entre el follaje, pero el hombre misterioso le siguió abriéndose paso por la maleza con el hacha.

-Han sido muchos años de dolor y me los tienes que pagar –decía.

No sabía qué hacer. Aquel hombre lo iba a descubrir. Vio un destello plateado y la hoja del arma pasó a centímetros de su cabeza. Alfonso se levantó y comenzó a correr, otra vez con la risa del loco a la espaldada. Estaba muy cansado y le fallaban las piernas. Necesitaba un lugar donde esconderse.

-¡Allí! -se dijo mientras observaba una pequeña caverna en la montaña.

Zigzagueó y fue a refugiarse a la cueva. Siguió avanzando por aquel lugar oscuro hasta que llegó un momento en el que tuvo que agachar la cabeza. Sacó un mechero que llevaba en el bolsillo y vio un pequeño bulto en el suelo que no dejaba de temblar. Se agachó y se dio cuenta de que era un niño con la cara sucia y llena de surcos de lágrimas. El pequeño se levantó, lo miró a los ojos y le tomó de la mano para conducirle hacia el interior de la cueva.

Al fin, el niño se detuvo y Alfonso alzó el mechero. Decenas de rostros ennegrecidos surgieron en la oscuridad. Eran os niños del pueblo. Alfonso les ordenó que se cogieran de la mano para salir todos juntos al bosque.

Una multitud surgió entre los árboles. Eran los vecinos. Detrás avanzaba la guardia civil con el demente esoposado.

Uno a uno, cada niño fue saltando a los brazos de sus correspondientes padres. Alfonso buscó con la mirada a Daniel, pero no lo encontró.

-¡Dani...!

Apareció, tan sucio, delgado y herido que Alfonso tardó en reconocerle.

-Pero, ¿qué te ha pasado?

-¡Alonso, me las pagarás! -chilló el loco, revolviéndose entre los brazos de los policías.

-¡Ha sido él! –Dani señaló al demente-. Me dijo que tú le habías hecho sufrir y que quería vengarse. Durante todo este tiempo nos ha estado maltratando. ¡Qué mal lo he pasado!

Poco después supieron que aquel hombre se había escapado del psiquiátrico, en el que vivía a causa de un delirio infantil. De pequeño había sido objeto de burlas y de maltrato por parte de un chico llamado Alonso.