XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Destellos de luz 

Raquel Andreu, 17 años

Iale International School (Valencia)

Un fogonazo logró despertarle. Analizó el lugar donde estaba: una habitación sin ventanas cuyas paredes eran de cemento, con una puerta de metal cerrada a cal y canto. Se encontraba en el centro del cuarto, sentado y atado a una silla. Había una cámara en una esquina, junto al techo. Aquel ojo, rojo y parpadeante, se movía con un brazo mecánico. Lo ignoró e intentó ponerse en pie con movimientos desesperados, pero solo consiguió caer con la silla al suelo. 

Necesitaba salir de aquella celda en la que a cada rato se accionaba la luz, a veces durante unos instantes, otras durante unos segundos, en ocasiones repetidamente y otras una sola vez. Pensó en qué hubiera hecho su abuelo en aquella situación, pues fue veterano de guerra y logró escapar de una prisión. 

Llegó a la conclusión de que no podía salir por sí mismo de dondequiera que estuviese, así que se puso a pensar en otras cosas, porque si focalizaba los pensamientos en el embrollo en el que estaba metido, podría a enloquecer. Impotente, se acordó de la casa de su abuelo, en el pueblo. Antes de su muerte, pasaban allí los verano. ¡Qué de recuerdos!... La casa parecía una tienda de antigüedades que el buen hombre había ido coleccionando a lo largo de su vida. Visualizó el reloj de la pared, los álbumes de fotos, el aparato de telégrafo… 

<<¡El telégrafo!... ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?>>.

La molesta luz no era una distracción sino un código morse. Alguien intentaba comunicarse con él. 

<<Gracias, abuelo>>, sonrió, <<por haberme enseñado a manejar ese aparatito>>.

Volvió a mirar a la cámara. Sabía que quienquiera que estuviese detrás de ella quería ayudarle. Asintió ante ella y creyó delirar cuando entendió que aquel ojo rojo le devolvía el saludo con un ligero movimiento. 

Con un deje de emoción en su voz, le gritó que empezase su mensaje de nuevo. Entonces las luces se apagaron.

Esta vez se concentró en la luz, no en la celda, y empezó a leer los destellos: raya, punto, punto, punto, raya, punto… La sala volvió a quedarse a oscuras. Había entendido el mensaje: 

<<Tienes dos llaves en el bolsillo del pantalón>>.