XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Diez minutos

Isabel Ariza, 16 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

Guillermo había probado toda clase de distracciones, con las que había logrado matar un par de horas. Sin embargo, le quedaba una más y ya no sabía cómo superar el aburrimiento. No tenía ganas de volver a leer, ni de jugar a las cartas, ni de revisar sus mensajes en el teléfono móvil, ni de mover la ficha del juego de mesa. Así que se decantó por observar el paisaje.

Desde la ventanilla del tren veía pasar los árboles a todo correr. Había de todas las clases, aunque él no entendiera de botánica para ponerles nombre. Además desaparecían en unos instantes, apenas les había echado el ojo. El verdor de sus copas le trajo recuerdos del verano…

—¡Intenta encontrarme! —le retó su hermano a carcajadas mientras se escondía.

<<Tampoco será tan difícil>>, se comentó Guillermo a sí mismo mientras se disponía a contar:

–¡Uno, dos, tres... treinta y ocho, treinta y nueve y… cuarenta! ¡Allá voy!

Guillermo buscó tras los arbustos, el tronco del árbol, las macetas, en el cuarto de la jardinería, pero no descubrió a su hermano hasta que echó la vista arriba y, en ese instante, se le llenaron los ojos de alegría al ver que sobresalían sus pies por una rama.

Con mucho sigilo empezó a trepar por el tronco, hasta que alcanzó la primera rama. Su hermano se dio la vuelta y, al ver a Guillermo, saltó hábilmente para huir. Guillermo, empujado por la emoción también saltó, dispuesto a atraparle, pero le fallaron los pies y se golpeó contra el suelo. Un fuerte dolor se apoderó de sus piernas y quedó inconsciente.

Despertó en un hospital. Estaban sus padres y su hermano. Fue a levantarse, pero no pudo. Su madre le miró preocupada.  

—¿Cuantas veces os pedí que no os subierais al árbol? —le comentó enfadada.

—Lo siento mamá —se disculpó en voz baja.

—Esto es lo que pasa cuando me desobedeces —dijo apenada—. ¡Menudo susto nos has dado!

Guillermo se quedó callado mientras observaba la expresión de su madre. Volvió a intentar mover las piernas.

—¿Por qué no puedo moverlas? 

—No te preocupes; el médico nos ha dicho que para que puedas andar, tendrás que ir al fisioterapeuta.

—¿Por cuánto tiempo?

—Hasta que vuelvas a estar como antes.

Guillermo agitó la cabeza y volvió a ser consciente de que se encontraba en el tren. Se miró en el reflejó de la ventanilla y miró sus piernas. lo había conseguido, y se sentía orgulloso. 

Una voz grave confirmó que ya habían llegado al destino. Guillermo estaba sorprendido: el viaje se le había pasado volando.