XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Divino tesoro
Julia Nieto, 17 años
Colegio Zalima (Córdoba)
En las fiestas de verano de mi pueblo no faltan nunca los típicos cantantes de verbenas, que interpretan melodías de todo tipo: modernas, coplas, tangos, cuplés… Incluso alguna vez se lanzan con el himno del Córdoba. Y cuando ya está el ambiente animado, arrancan con “Paquito el chocolatero”.
Todo el mundo disfruta con estos alegres cantantes que se trabajan, sin descanso, hasta la mañana del día siguiente y con los que los abuelos mueven las caderas. Y es aquí a donde voy: me resulta curioso ver cómo los abuelos se dejan el alma bailando en la pista, mientras que los jóvenes nos quedamos sentados en las sillas o en la barra con nuestras copas, sin movimiento ninguno.
Me viene a la cabeza el famoso dicho «juventud, divino tesoro», y me pregunto si no estaremos protegiendo demasiado ese tesoro y guardándolo bajo llave, no sea que se nos vaya a estropear. Porque no es infrecuente que, a lo largo de la noche, los jóvenes nos miremos pensando: «Mira ese viejecito, el pobre; a mí me daría vergüenza bailar de esa manera».
En el fondo, envidiamos la confianza que el «pobre viejecito» tiene en sí mismo y su falta de complejos; los mismos que a muchos jóvenes nos cortan las alas y que limitan nuestras acciones, porque estamos bajo la garra del miedo «al que dirán».
Mi madre me insiste en que es muy sano aprender de la experiencia de los mayores. A la gente de mi edad esa experiencia nos parece poco interesante, porque preferimos sumergirnos en whatsapp o instagram, donde parece que encontramos cosas más importantes. Pero enseguida caigo en la cuenta de que si aprender de las personas mayores significa saber cómo superar cuando antes complejos e inseguridades; si a través de ellos puedo apreciar mejor el cariño que recibo cada día; si gracias a su fortaleza puedo luchar sin quejarme ante las dificultades que se me presentan... la vejez es un divino tesoro.