XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Don Juan Tenorio
Pablo Andreu, 15 años
Colegio El Prado (Madrid)
Mientras el agua caliente le caía por la cabeza, repasaba el calendario de exámenes que le esperaba a partir del lunes, así como el poco tiempo que le quedaba para prepararlos. Era domingo por la tarde y acababa de venir del cine.
Su plan —el mismo que se proponía todos los fines de semana— había hecho aguas, como siempre. Otro viernes, sábado y domingo sin abrir un cuaderno ni un libro. La mochila seguía apoyada en la silla, en el mismo lugar en la que la dejó al llegar del colegio.
Una vez salió de la ducha, abrió la mochila y se sorprendió a recibir un olor a húmedo: se había dejado en su interior los tacos de fútbol con los que había jugado el viernes en un campo empapado. Los sacó con gesto de repugnancia. Después tomó los manuales de Lengua y Cultura Científica. Renunció al resto de asignaturas.
«Estudiaré un rato antes de cenar», decidió.
Abrió el libro y empezó a investigar qué entraba en el examen: Literatura, narración, tipos de estrofas… Su móvil vibró y se iluminó la pantalla. Era su vecina. Desbloqueó el aparato e inició una conversación con ella.
—Pablo, ¡a cenar! —le llamó su madre.
«Pero, ¿qué hora es?» , pensó. Miró su reloj: marcaba las nueve en punto. «¡Llevo una hora con el móvil!...», se asustó. «Después de cenar seguiré estudiando», se dijo a sí mismo, aunque realmente no había empezado.
Después de la cena, a las diez, al consultar su teléfono vio que tenía un buen número de notificaciones. Empezó a repasarlas, una por una… «¿Qué entra en el examen de mañana», era el tema principal del grupo de wasap que tenía junto con sus compañeros de clase. Descubrió que no era el único que aún no se había aprendido una sola línea, lo que le ofreció un instante de consuelo. De pronto, un nuevo reclamo en el teléfono: uno de sus amigos acababa de publicar una fotografía en Instagram. No pudo resistirse: aquello le atraía con la fuerza de un imán; necesitaba ser el primero en verla y comentarla.
Una vez terminó de curiosear sus redes sociales, hizo un nuevo intento de ponerse a estudiar. Como se había hecho tarde y, con el peso del fin de semana, no lograba concentrarse, pasó al plan B.
Se lavó los dientes, dejó el cargador y los auriculares depositados encima de la mesa (en la zona más próxima a su cama, de forma que si la batería se le acababa o quería ver algún vídeo de su serie favorita, podría cogerlos sin necesidad de levantarse) y se metió entre las sábanas.
Apagó la luz y se puso a pensar en lo que podría hacer al día siguiente. «Me pongo la alarma a las seis», se dijo, «y hasta las ocho estudio Lengua». «En el trayecto hasta el cole, estudio un poco de Cultura Científica. Seguro que me va bien».
Cogió los auriculares y conectó el móvil a la corriente. Cuando se levantara tendría la batería completamente cargada. A cierta hora de la madrugada se quedó dormido viendo uno de los episodios de su serie favorita.
Sonó la alarma, lo que significaba que eran ya las seis. Tomó el móvil, lo desbloqueó y desactivó la alarma. «Ahora me levanto», pensó. «Solo cinco minutos más…».
—¡Pablo, vas a llegar tarde a clase! —le regañó su madre al entrar en la habitación.
Se puso el uniforme corriendo y bajó a desayunar. Mientras se tomaba la leche se acordó de que se tenía que haber levantado antes para estudiar. En el coche abrió uno de los libros con la intención y la necesidad de memorizar a la velocidad de la luz lo que consideraba más importante. “El sí de las niñas”, Gustavo Adolfo Bécquer, “Don Juan Tenorio”… ¡Nah!... Me dijo un compañero que “Don Juan Tenorio” no entraba en el examen.
Al entrar en clase, se sintió consolado al comprobar que sus amigos tampoco habían estudiado mucho.
El profesor empezó a repartir una hoja en blanco a cada alumno, con una sola pregunta:
«Desarrolla la obra teatral “Don Juan Tenorio”. Autor, tema, estructura, argumento…».