XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Dos adicciones 

Javier Prats Nebot, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Algunos adolescentes se asoman con peligro al alcohol. Nuestra edad, sumada a la falta de experiencia y a esa rebeldía que nos impide escuchar a los mayores que nos aconsejan, a veces puede situarnos en una línea roja que, si se cruza, tiene innegables peligros.

Continuamente nos repiten en casa y en el colegio que el consumo de alcohol es perjudicial. Sin embargo son muchos los que, empujados por la fuerza de los círculos sociales y por el miedo a quedar mal, beben con frecuencia en fiestas o con los amigos, y sin ninguna moderación.

No hace mucho me invitaron a una fiesta en el centro de Madrid, cerca de la Puerta del Sol. Llegamos sobre las diez de la noche, y nada más entrar nos quedamos sorprendidos por el espectáculo que la fiesta ofrecía: había mucha gente ebria, incluso vomitando. Me encontré con algunos conocidos que, al ir a saludarles, ni siquiera lograban encadenar varias palabras con sentido.

Encontramos a otro amigo que charlaba con un grupo de chicas. Se notaba su afán de impresionarlas. Después de dar unas vueltas por aquel lugar, decidimos marcharnos a la calle a tomar algo con unas amigas, sin necesidad de que fuera alcohol. Y reconozco que lo pasamos muy bien.

Es una lástima que muchos adolescentes, para poder reunir el valor suficiente con el que hacer determinadas cosas que no harían sin beber, recurran al alcohol para inhibir su sentido común.

Algo similar ocurre con las redes sociales, aunque de forma más moderada. De hecho, sirven a las personas tímidas para crear una falsa sensación de que se relacionan con gente, pues no serían incapaces de mantener esas mismas conversaciones on-line si la persona estuviera delante.

Tengo un amigo, Fernando, que llegó muy contento al colegio. El motivo era que había conocido a una chica muy guapa y simpática, con la que había congeniado. En los días sucesivos no paró de contarme cosas sobre ella y sobre lo mucho que hablaban. Un día le pedí a Fernando si podía invitarme a quedar con ellos para conocerla yo también. Menuda sorpresa cuando me confesó que no la conocía personalmente y que solo habían “hablado” a través de WhatsApp.

Al fin, quedamos un día y a petición mía. Y ocurrió algo sorprendente: Fernando no fue capaz de intercambiar con ella más de diez frases en toda la tarde.