IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Dos hermanos

Nuria Hernández, 16 años

                  Colegio Guadalaviar (Valencia)  

Isaac andaba despacio, siguiendo el camino de piedras que le llevaban al pequeño lago en el centro del bosque que rodeaba su casa. Siempre acudía con su hermano Marcos, hasta hace un par de meses, que comenzó a ir solo.

Su madre le había dicho que Marcos se estaba haciendo mayor y quería hacer otras cosas, pero Isaac no lo entendía. No entendía por qué no podían seguir llevando la merienda y una caña para pescar, bañarse y jugar a ver quién conseguía que su piedra diera más saltitos. Siempre ganaba Marcos, porque era cinco años mayor.

La última vez que Isaac le pidió que le acompañase al lago, Marcos se estaba peinando frente al espejo mientras escuchaba música en su Ipod. Entró sin llamar, como de costumbre.

-Pero, enano, ¿no sabes llamar?

-¡Pero si nunca he llamado! –Isaac tenía la boca abierta.

-La próxima vez, toca la puerta -le alborotó el pelo con cariño. Sonreía.

-¿Te vienes al lago?

-No, ¡qué rollo!. Además, me voy.

-¿A dónde? Siempre me acompañas.

-¡Anda, no seas cotilla! He quedado con unos amigos –sintió pena de la cara que puso el pequeño-. Otro día voy, te lo prometo.

Pero pasaron los días y seguía sin acompañarle. No podía llevar la caña de pescar, porque su madre no le dejaba si no iba Marcos, así que solo podía tirar piedras.

Isaac había notado raro a su hermano. Discutía con sus padres, casi nunca estaba en casa y cuando sí estaba permanecía en su habitación: estudiando, en el ordenador, escuchando música o hablando por teléfono durante horas con una chica que se llamaba María. Una tarde que Marcos hablaba por teléfono, Isaac entró en el cuarto buscando los rotuladores.

-Espera María –dijo por el auricular antes de tapar el teléfono con la mano-. ¿Qué quieres, enano?¿No ves que estoy hablando por teléfono? –levantó la mano-. No, no pasa nada, es mi hermano pequeño... Qué va, es un enano de verdad, solo tiene diez años... Sí, pero a veces es un pesado, como ahora, que no sé lo que quiere y aquí está, molestando...

Isaac miraba a Marcos. Había olvidado por qué había entrado.

-¿Querías algo o te piras ya?

A Isaac comenzó a temblarle la barbilla.

-Que no María –prosiguió Marcos-, que prefiero mil veces más hablar contigo que a mi hermano. A él siempre lo tengo aquÍ...

Isaac dio un portazo y se fue.

Cuando llegó al lago se puso a tirar piedras con rabia. En ese momento, odió a Marcos. No quería volver a casa. Se imaginaba estirándole del pelo a esa tal María que le había robado lo que más quería. Sin darse cuenta, oscureció. Se sentía cansado, así que se tumbó a la sombra de un árbol dónde a veces había jugado con su hermano a esconderse de los dragones. El árbol tenía un hueco entre sus raíces y ahí se metió Isaac, y se quedó dormido.

***

-Marcos, ¿has visto a tu hermano?

-Pues no, mamá. Desde que esta tarde se ha ido de mi habitación, no lo he visto.

-Pues no está en casa, ni en el jardín. ¿Se puede saber que le has dicho? -le preguntó nerviosa.

-Nada mamá. Estaba hablando con María y él no quería nada.

-¿Seguro que no le has dicho nada que pudiera enfadarle?

Marcos lo pensó un momento.

-Sí... Puede que dijera que prefería a María antes que a él -agachó la cabeza y sintió un nudo en el estómago, convencido de que había hecho daño a una persona que quería mucho.

-Eres un egoísta Marcos. Tu hermano te necesita. ¡Más te vale que esté bien!

A su madre se le crisparon los nervios. Entró su marido.

-No encuentro a Isaac por ninguna parte –relató.

-Creo que sé donde puede estar –dijo Marcos y salió corriendo hacia el lago-. ¡Isaac!¡Isaac!-le llamaba a gritos-. ¿Dónde estás? Vamos, perdóname. ¡Isaac...!

Un crujido a sus espaldas hizo que se volviera con el corazón en un puño.

-¿Qué pasa, Marcos?

Marcos le abrazó con fuerza mientras le llenaba de besos.

-¡Estás tonto! Papá y mamá están muy preocupados. Y yo también. ¿No ves que es de noche?

-Me he dormido. Estaba tan enfadado contigo...

-Perdóname, enanito. Soy más tonto que tú y he dicho cosas que no son verdad.

-¿Así que eres un mentiroso?

-Sí, exacto, Isaac. Prefiero mil veces hacer cualquier cosa contigo que hablar con cualquier chica. ¿Me perdonas?

-¿Volverás al lago conmigo?

-Todos los viernes cuando salgas del cole, nos vendremos aquí.

-¿Me lo prometes?

-Te lo prometo.

-Entonces, te perdono, Marcos –sonrió.

-Vamos a casa, Isaac.

Volvieron de la mano, desandando el camino de piedras por el que pasarían tantos viernes durante los siguientes años.