VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Dracman

Isabel Trius, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Los niños atendían a la explicación con los ojos abiertos como platos. Cada cual agarraba su linterna como si la vida le fuera en ello, tiritando de miedo (aunque los más chulos dirán después que era de frío) al imaginarse al terrible animal que sus monitores estaban describiéndoles con todo lujo de detalles.

-Atención, prestadme atención -exigió uno de los instructores-. Debo advertiros, queridos niños y niñas, que el dracman, la mítica criatura de Olimpia, corre muy rápido y no le gustan los gritos. Si nos oye antes de que le tengamos cercado, escapará. Ya sabéis que esta es la única noche de los últimos cien años en la que sale a pasear. Y recordad que disponemos de una técnica de atracción de dracmans que consiste en caminar de puntillas, picando de manos y repitiendo en voz muy baja: “Dracmancito, dame tu dinerito”. Sólo así podremos capturarle y exigirle que nos dé lo que queremos.

Alguno de los espectadores dejó escapar un grito:

-¡Queremos dracmans!

El monitor prosiguió el discurso.

–En efecto, queremos dracmans. Si se muestra generosa, la bestia nos dará monedas porque tiene montañas de ellas. Os he dicho que de esa moneda de la vieja Olimpia están hechos sus pelajes, sus uñas, sus dientes... ¡E incluso sus excrementos!

-¡Oh...! -los niños mostraron su asombro.

Incluso uno que no entendía la terminología del adulto, no dudó en preguntar:

-¿Qué es excrementos?-.

Una vez finalizada la explicación, los valientes atletas iniciaron su exploración de los inhóspitos parajes del monte. Pese a su supuesta valentía, muchos buscaron la seguridad en la mano de alguna de las monitoras. Se justificaban , dispuestos a defender su honor, que lo hacían con la honrosa intención de “protegerlas de dracman”.

A paso de tortuga, empleando la comentada técnica de atracción de Dracmans, y con las linternas sobrecalentadas por las manos sudorosas, avanzaban en busca de alguna pista que les condujese al animal mitológico. Algunos pergeñaban excusas para volver al barracón de las colonias con porte digno, para que nadie les acusara de miedicas.

–Es que me duele la cabeza…

Llegaron a la cumbre del monte y encontraron dracmans esparcidos por el suelo.

-¡Son excrementos!

Entonces escucharon un aullido y, todos a una, echaron a correr a la caza de aquella sombra que tenía que corresponder a la legendaria criatura. Cada vez se distanciaba más el pequeño grupo de atletas, pero de repente el Dracman tropezó con una piedra y se cayó de bruces. Cuando los niños y niñas llegaron hasta la bestia, les pareció que estaba inconsciente. No sabían que los monitores habían planeado que uno de ellos, disfrazado de mosntruo, simulara aquella caída para que los pequeños lograran atraparle.

Se reunieron todos entorno a la pieza, apuntándole con los haces de luz eléctrica, sin saber qué hacer. Lo observaban con miedo al comprobar in situ que era realidad la existencia de aquel leviatán. ¡Toda su piel estaba cubierta de dracmans!

Cuando la expedición llegó a las colonias, cada atleta portaba una tira de pelaje de la criatura. En una noche habían expoliado a dracman, para convertirse en los más ricos de todos el campamento. A los que se sentían culpables, los monitores les decían:

-Tranquilos, que las guedejas de oro le volverán a crecer. Además le hemos llevado una manta y un bocadillo para que no pase hambre ni frío.