XI Edición
Curso 2014 - 2015
Duelo estival
Javier Prats Nebot, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
-Buenas noches –me despido de mis padres.
-Hasta mañana –responden sin levantar la mirada del programa de televisión que están viendo.
Me voy a mi cuarto, disimulando el móvil para que mis padres no lo vean y se piensen que lo dejé cargando.
Son las diez de la noche, una buena hora, pienso, para estar un rato con el teléfono antes de irme a dormir. Ojeo Instagram, escribo un par de mensajes y respondo al Ask. Miro el reloj. Sorprendido compruebo que ya son las once. Un video en Youtube y ahora sí que sí me voy a la cama, decido. A ese vídeo le siguen otros; cuando quiero darme cuenta son las doce.
Bueno, ya está bien, me digo. Pongo a cargar el móvil y me meto en la cama. ¡Qué calor! Me destapo y cierro los ojos. Doy varias vueltas sobre el colchón, pero nada. Abro la ventana y aspiro una bocanada de aire fresco. Inmediatamente pienso en los mosquitos y, muy a mi pesar, cierro la ventana y me meto otra vez en la cama. Miro el reloj: es la una menos cuarto.
Me desespero intentando conciliar el sueño. Me quito la chaqueta del pijama y le doy la vuelta a la almohada. Nada. La sensación de sofoco sigue en aumento y recuerdo que mañana he de entregar un trabajo. Debo madrugar para terminarlo.
Mi interés por dormir se multiplica, pero el resultado no varía: sigo despierto. Ya no aguanto más, cojo el albornoz y me dirijo al baño dispuesto a darme una ducha.
Me recorre una gratificante ola de agua fría. Deseo que no termine nunca pero debo acostarme. En cuanto me seco, salgo del baño y me golpea una ráfaga de aire caliente. Suspiro y me acuesto.
Me acerco al despertador para configurar la alarma a las siete. En el reloj es la una y media. Apenas me quedan cinco horas y treinta minutos para levantarme.
Suspiro y me vuelvo a la cama. Comienzo a encontrarme cómodo, pues siento que el sueño me va invadiendo y sonrío, pero de repente, “¡Bzzz!...”, me sacude la oreja. “¡Bzzz!...” Es un mosquito que revolotea por la habitación. Quiero espachurrarlo. “¡Bzzz!...”
Enciendo la luz y lo busco. Ha desaparecido.
Me vuelvo a acostar, no sin prestar atención a cualquier sonido.
“¡Bzzz!...” Ahí está otra vez, cargando contra mí. Me cubro con la sábana, pero inmediatamente la temperatura empieza a ascender y desisto.
Enciendo la lámpara de la mesilla y aguardo a que la luz atraiga al insecto. Con inmensa satisfacción acabo con su diminuta vida.
Al fin caigo en brazos de Morfeo.