IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Dulce lluvia

Marta Toda, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Nos habíamos reunido todos en casa de Laura, en el jardín. Hablábamos y reíamos, aunque tú sólo escuchabas. Empezó a caer una lluvia fina y decidimos volver a casa a estudiar. Salimos de casa de Laura y nos fuimos separando. Al final acabamos tú y yo solos bajo un paraguas azul oscuro, que es tu color preferido.

Intercambiamos preguntas sin importancia con breves respuestas. De camino me encontré a una amiga. La saludé y te la presenté. Tú la saludaste con un tímido “hola” mientras le dabas dos besos y te apartabas de nosotras como si nuestra conversación fuera privada. Cuando se marchó volví a tu lado para continuar el camino a casa. Tú sujetabas el paraguas y mirabas adelante mientras yo clavaba los ojos en el suelo y daba zancadas en lugar de pasos, porque los tuyos eran grandes, como si tuvieras prisa por llegar o porque querías despedirte pronto de mí.

Te pregunté por tus amigos, qué tal el colegio y qué quieres estudiar. Me respondiste con frases cortas. De tus amigos no me contaste cosas nuevas porque ya les conozco. Del colegio, que te va muy bien, que sacas buenas notas. Quieres ser notario. Te advertí que tendrás que estudiar mucho. Me contestaste que eso no te importa. Esta conversación ya la tuvimos hacia dos días y todo lo que me contaste parecía repetirse, pero a mí me daba igual. Solo quería que me hablaras, no me importaba sobre qué, como si te hubiese dado por el fútbol, que no me gusta.

Hubo otro rato en silencio. Busqué a toda velocidad un tema de conversación. Podrías haberte esforzado un poco, ¿no?

Me gusta tu pelo. No parabas de tocártelo. Te lo dije y tú sonreíste sin dejarlo en paz y sin mirarme. Dijiste que te lo vas a cortar. Te pedí que no lo hicieras, que te quedaba muy bien así.

Llegamos a una calle ancha. Como había dejado de llover guardamos el paraguas. Anduvimos un poco más y nos despedimos. Te di dos besos con lentitud. No quería separarme de ti, pero era lo que tocaba. Avanzaste un poco y torciste a la derecha, y yo seguí subiendo la avenida.

Mientras avanzaba hacia casa pensaba en ti y en esos minutos de camino que acabamos de completar. Me di cuenta de que prefería andar a tu lado en silencio que sola. Mientras me acompañabas te iba observando de reojo, sin querer que se me dibujara una sonrisa que no podía ocultar.

En casa estaban mis hermanas viendo la tele. Me quité el abrigo, dejé el bolso y encendí el ordenador. Fui a la cocina y me comí una galleta. Pensaba llamarte, pero no sabía qué excusa inventarme, así que decidí enviarte un mensaje. Cogí el móvil y escribí “hola”, no se me ocurrió nada más. Creí que me etiquetarías como una pesada, así que dejé el teléfono en la mesa del comedor.

Me olvidé del ordenador y acabé tumbada sobre la cama con una novela. Pero no podía leer. Algo me distraía; eras tú. Me di cuenta de que estabas en mi cabeza.

Me asomé por la ventana. Estaba nublado, pero para mí hacía un sol espléndido y suspiré tu nombre: “Alejandro”.