VII Edición
Curso 2010 - 2011
El alma de la casa
María Mateos, 16 años
Colegio Puertapalma (Badajoz)
Ana esperaba impaciente en la cocina a que llegara su marido. Estaba nerviosísima. Tras un aborto involuntario, tenían otra oportunidad.
Al fin oyó entrar a Miguel.
-Hola, cariño - le saludó.
-¡Por fin en casa! Hay un atasco…
-Tengo algo que decirte – le interrumpió – Ven, siéntate.
-¿Ocurre algo malo?
-No. Al contrario. Es una buena noticia –tomó aire–. ¡Vamos a ser padres!
Miguel se quedó sin palabras. Después se le fue dibujando una amplia sonrisa a medida que le venían a la cabeza muchas imágenes, hasta acabar riéndose a carcajadas. El hecho de tener un hijo les hacía muy felices a los dos.
La noticia se fue propagando entre familiares y amigos, pero se vio interrumpida por otra que corrió aún más. Una tarde parecida a la primera, Ana esperaba en el mismo rincón de la misma cocina a que llegara Miguel. Ella acababa de venir de hacerse unas pruebas y le habían comunicado que el bebé padecía Síndrome de Down.
La pareja se quedó muy afectada, especialmente Ana, ya que soportaba más presión. Consultaron a muchos especialistas, pero todas las respuestas eran parecidas: “Señora, debería abortar. Un niño así sólo puede cerrarle puertas en la vida’’. O “La mejor solución a este problema es la interrupción del embarazo. Hay más oportunidades; un niño así les mantendría atados”.
Pero Ana y Miguel lo querían. Al fin y al cabo, era su hijo, fuese como fuese. A pesar de todo, la incertidumbre se apoderaba muchas noches de Ana. Se creía débil y pensaba que no podría criar a un niño discapacitado.
Cinco años más tarde, Juanito era el alma de la casa. Cuando no estaba en una escuela especial, se divertía jugando a infinidad de juegos que él mismo inventaba.
-Mamá, hoy voy a ser un pirata.
Cada mañana le decía a su madre que iba a ser algo distinto: un león, un buceador, un indio… Y cada noche le daba una razón para no volver a ser lo que había elegido. “No puedo ser un león porque no soporto las pulgas” o “Creo que no voy a ser buceador porque no sé nadar”. Hasta que un día eligió ser futbolista y no volvió a cambiar.
-¿Y eso porqué? -le preguntó la madre.
-Porque me pagan por divertirme. Y eso no le ocurre ni a un escalador ni a un caballero.
Siempre tenía una respuesta para cada pregunta, lo que hacía que todo el mundo le tuviera un cariño especial. Además, su alegría se contagiaba a todas las personas que lo rodeaban, incluidas sus hermanas.
Juanito creció y, tras acabar la escuela, consiguió un trabajo como ayudante del mantenedor del club de fútbol de la ciudad.
Cada noche, Ana agradecía al Cielo la fuerza que le dio durante su embarazo para superar sus temores y concederle a su hijo el primer derecho que tienen todas las personas: el de vivir.