XI Edición
Curso 2014 - 2015
El arte
Eugenia Barcia, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Un lápiz, una cartulina blanca y una cabeza repleta de ideas. Tantas que no sabe por cual decidirse. Se relaja e intenta calmar su mente. Debe elegir una, solo una, se repite a sí misma.
Con un profundo suspiro apoya el lápiz en el papel y empieza a trazar garabatos, incomprensibles para los demás pero llenos de significado para ella. El grafito deja su rastro, siguiendo las órdenes de la artista que, a su vez, sigue las órdenes de su pensamiento y de su corazón.
No siempre es fácil. Un poco más oscuro aquí, aclara este trozo allá, difumina, repasa, vuelve a empezar… Su cabeza es ahora un volcán en erupción, un remolino de imágenes fugaces que desea plasmar en la cartulina, una batalla campal entre el perfeccionismo y la impaciencia por ver la obra acabada.
Pasan las horas. El lápiz no descansa. No hay lugar para relojes en aquel estudio; cuando un artista trabaja, el tiempo se convierte en algo inútil, un capricho matemático. Y el arte no es matemático, no es lógico, no es estructurado, no sigue norma alguna ni hay una ley universal que lo defina. Por no saber, ni siquiera sabe qué es el arte. Y no cree que nadie lo sepa, pues es una realidad etérea, subjetiva e inmaterial.
En el mundo casi no hay espacio para cosas inmateriales. Por eso ella huye del mundo: para liberarse, para disfrutar creando.
El espacio en el papel va agotándose, pero el reguero de ideas no se interrumpe. Se queda con hambre cuando finalmente lo da por terminado, pero sabe que no es bueno saciarse del todo.
Contempla su creación con cariño y orgullo. Suspira. No la firma; no lo cree necesario. Acaba de plasmar sus emociones en aquella cartulina, en la que ha dejado un poco de ella misma.
No es necesaria otra marca de reconocimiento.