XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El castigo 

Ana María Gil Cózar, 15 años

Colegio Vilavella (Valencia)

Desde la clase se oían los petardos. El ambiente festivo inundaba la ciudad. Desde que el sábado había acudido a la mascletà con unas amigas, las Fallas se habían convertido en una necesidad para Amaya. 

Cuando sonó el timbre que dio fin a la clase, corrió a la ventana para ver quién lanzaba aquellos petardos. Se trataba de un grupo de chicos y chicas de su misma edad, a los que saludaron. 

Amaya se acercó a la parada del autobús, donde se encontró con un muchacho que también esperaba al transporte público. Ambos subieron al autobús. Él se sentó en una de las primeras plazas y Amaya en una de las del final.

–¿Está ocupado? 

Amaya se quitó un auricular y levantó la vista. Quién preguntaba era el chico del día anterior.

–¿Perdona?...

–Que si está ocupado –insistió el jovencito, señalando el asiento que estaba al lado de la chica.

–No. Está libre.

–Gracias –le respondió con buenos modales y se sentó.

Ella volvió a colocarse el auricular. 

–¿Qué escuchas?

–¿Qué? –se lo quitó otra vez.

–¿Que qué escuchas?

–A Jason Derulo.

–Me encanta… Tiene canciones muy buenas. ¿Cuál es tu favorita? 

–Te lo voy a decir, pero antes voy a hacerte una pregunta –le retó Amaya, fingidamente distante–. Mi favorita es "Savage love", y la pregunta es: ¿por qué hablas conmigo? No quiero parecer borde, pero es que no nos conocemos y, no sé, me has hecho un interrogatorio.

–Lo siento –bajó la cabeza–. Ayer mis padres me quitaron el móvil, así que me aburro. Pero, te dejo en paz –se quedó dubitativo–. Una última cosa… eres muy guapa.

El muchacho tomó su mochila y se fue al otro extremo del transporte. 

Amaya se bajó en su parada y, de seguido, también lo hizo el muchacho. Ella se le quedó mirando mientras se alejaba. Entonces lo llamó:

–¡Oye! 

Ante aquella voz, él se dio media vuelta.

–Ahora eres tú la pesada –se rio.

–Perdona; no ha estado bien lo que te he dicho –se disculpó al tiempo que le tendía la mano–. Me llamo Amaya.

–Encantado; soy Daniel –le devolvió el gesto–. Por cierto, vivimos en la misma calle.

Se quedó asombrada de lo observador que era Daniel.

Días después, en el palco, vestida de fallera y rodeada de su corte, esperaba con ansia a que le acercaran el micrófono para comunicar el inicio de la mascletà. 

–Senyor pirotècnic, pots començar la mascletà –soltó al fin la fórmula prevista ante el silencio sepulcral de la multitud que se agolpaba frente al Ayuntamiento y las calles cercanas. 

Cuando finalizó aquella lluvia de petardos, entre los aplausos y vítores, las falleras lloraban de la alegría y los pirotécnicos se abrazaban entre sí. Al salir del palco, Amaya notó que alguien le tocaba por detrás. Era Daniel, vestido de fallero.

–Menos mal que no te has equivocado en tu discurso –le soltó con una risa a la que se sumó la de ella.

Al anochecer, ambos acudieron a presenciar el espectáculo de luces, otra vez desde el balcón. El castillo de fuegos artificiales arrancó con pequeñas explosiones de color que apenas se distinguían de las estrellas. Veinte minutos después, el cielo se había cubierto de colores dorados.

–Estos fuegos artificiales no brillan ni la mitad que tú. 

Amaya le respondió con una tímida sonrisa. 

–Por qué no salimos a pasear.

Echaron a caminar por las calles de Valencia en fiestas, hasta que llegaron a la cremà de la falla ganadora del concurso de figuras de cartón. 

***

Diez años después de que se hubiesen conocido en el autobús, la joven pareja observaba cómo ardía el monumento fallero. Después, de la mano como aquella primera noche, pasearon sin rumbo. Llevaban dos años casados y esperaban el nacimiento de su primer hijo.

–Menos mal que mis padres decidieron quitarme el móvil –rememoró Daniel–. Si no llega a ser por aquel castigo, no nos habríamos conocido.

–Pues yo estoy convencida de que algo se habría inventado el destino –le dijo ella con una sonrisa radiante.