VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

El chaleco azul

Marta Doblas, 17 años

                  Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Debía encontrar un vestido para su graduación.

<< ¡Vaya faena>>, pensó, <<y, además, de fiesta, con lo fácil que es ponerse cualquier conjunto mono. Bueno... Qué remedio. Todas irán de largo y yo no puedo ser menos. Hay que quedar bien con las amigas>>.

De modo que pasó una tarde entera recorriendo las boutiques del centro, buscando un vestido bonito, elegante, especial... Vio muchísimos de diferentes colores, cortes y estilos, pero ninguno le gustó lo suficiente..., hasta que al fin lo encontró. No tenía comparación con ninguno de los anteriores: era el único y coincidía con su talla; parecía cosido para una alfombra roja, propio de una famosa actriz.

No dudó en probárselo. Entonces comprobó que le quedaba bastante bien. Sólo hacía falta cortarlo un poco por abajo. Sin embargo, cuando miró la etiqueta…

<<¡Porras! Es carísimo>>.

No llevaba suficiente dinero.

<<Convenceré a mamá para que me lo compre. Tampoco ella podrá resistirse cuando lo vea>>.

Decidió esconderlo tras unas perchas para que ninguna otra cliente se lo llevara. Volvería a por él a la mañana siguiente.

Al salir de la tienda, ensimismada en sus pensamientos, chocó con alguien de frente.

-Disculpe.

-Te perdonaré si me prestas dos minutos de tu tiempo.

Levantó la vista. <<¡Oh, no!...>> Era uno de esos voluntarios, medio hippies, tan pesados. Llevaba un letrero con su nombre colgado del bolsillo de la camisa: “Fernando González”. Ni siquiera se molestó en mirarle a la cara; sabía perfectamente lo que iba a decirle y no era la primera vez que se disponía a dejarle con la palabra en la boca.

-¿Conoces nuestra ONG? –le preguntó alegremente el chaval.

-Mas o menos… Sois los de los campos de refugiados, ¿no? –trató de que abreviara su explicación.

-¡Exacto! ¿Te gustaría colaborar con nosotros?... ¿Trabajas o estudias? -inquiró sin esperar su respuesta.

-Estudio 2º de Bachillerato, así que no dispongo de tiempo ni de muchos medios económicos –dijo rotunda, convencida de que la dejaría en paz.

Para su sorpresa, el chico sonrió.

-No te preocupes. Los refugiados se conformarán con un pequeño donativo.

-Es que no llevo nada encima… -sintió cierto rubor al mentir.

-No pasa nada. Quizás la próxima vez puedas darnos una ayudita.

-De acuerdo.

-Bueno, pues... ¡hasta otra!

-Adiós -se despidió, dudando que fuese a existir una próxima vez.

Llegó a casa presa de la emoción y no tardó en describir el vestido a su madre, con pelos y señales. Era tal su entusiasmo, que ella accedió a dejarle el dinero. Apenas pudo dormir.

<<Iré a primera hora para recogerlo>>.

Se echó a caminar deprisa mientras subía la calle principal. Era sábado por la mañana y estaba abarrotada de transeúntes que aprovechaban el buen tiempo. Le quedaban escasos metros hasta la entrada de la tienda cuando, de repente, distinguió entre el gentío un chaleco azul que se acercaba a ella. Asustada, intentó evitarlo desviando su trayectoria, pero él fue más rápido y consiguió abordarla.

-Buenos días...

<< Madre mía, el pelmazo de ayer>>.

-¿Otra vez tú? -preguntó de malos modos.

-Me alegra que te acuerdes de mí –contestó sonriente.

¿Acaso se dedicaba a perseguirla? ¡Alguien podría llevarse su vestido!

-Hombre, mi memoria llega un poco más allá de las últimas veinticuartro horas –le espetó con aire chulesco.

-Pues por eso mismo me preguntaba si hoy serías más generosa que ayer.

<<Así que se hace el listillo... Se va a enterar de lo que es bueno. No sabe con quién se ha topado…>>

Aquel voluntario estaba a punto de agotarle la paciencia. Por un instante pensó decirle que la dejara tranquila, que no le interesaban aquellos refugiados, que tenía prisa. Sin embargo, le miró directamente a los ojos dispuesta a soltarle un improperio, cuando cayó hipnotizada por aquella mirada turquesa, exactamente del mismo tono que el chaleco. Y le invadió un horrible sentimiento de culpa: iba decidida a gastarse un dineral en unos trapos que, seguramente, no se pondría más de dos veces.

Comenzó a hurgar en su bolsillo.

-Me dijiste que aceptáis donativos, ¿no?

-Por supuesto.

Le tendió al chico unos billetes.

-Cógelos antes de que me arrepienta.

El muchacho se quedó estupefacto, pero ella dio la media vuelta y se marchó por donde había venido.

-¡Espera un momento!

<<¿Qué querrá ahora?…>>

Corrió hasta alcanzarla.

-No me has dicho tu nombre.

-Julia. Me llamo Julia.

-Bien, Julia… ¿Te apetece un helado?

Volvió a casa con las manos vacías y una sonrisa radiante.

-¿Y el vestido? -Le preguntó su madre.

-Lo he cambiado por el bienestar de unos refugiados, una conversación y un cucurucho de turrón.