XI Edición
Curso 2014 - 2015
El concierto de invierno
Marcelo Álvarez Garza, 15 años
Colegio Liceo del Valle A.C. (Guadalajara, México)
-¿No tienes la sensación de que algo va mal?
Hacía veinte minutos que empezó el Concierto de Invierno en la escuela. Todo parecía ir conforme a lo previsto: los violinistas movían al unísono los arcos sobre las finas cuerdas; Carlos y Juan, el par de flautistas, seguían el ritmo de sus compañeros; Roberto, con su impecable sonrisa, deslizaba los dedos sobre el teclado como si en el piano le fuera la vida; Sebastián se encargaba del trombón; un profesor acompañaba con el bajo y Leo ponía el ritmo con la batería. Y claro, el público estaba cautivado.
Pero José sabía que algo no estaba bien. Lo sentía en los huesos, como su padre.
Tres horas antes entró en la sala vacía. Los instrumentos estaban alineados. El ensayo había salido estupendamente. Después llegó el público, las mamás felices y las compañeras del colegio vecino contemplando a los intérpretes con ojos soñadores.
Mientras José tocaba el saxofón, se sentía libre, lejos de sus recuerdos dolorosos. Pero entonces le asaltó la sensación de que algo saldría mal. Juanca, su amigo de la infancia, que también tocaba el saxofón, se encontraba a su lado.
-Relájate –le susurró mientras Erick, el director de la orquesta, hablaba frente al público sobre el esfuerzo de los alumnos-. Es solo tu imaginación, los nervios de que te estén viendo todas esas niñas.
-Te digo que algo anda mal. ¿No notas un ligero olor a quemado?...
-Ya te he dicho que no.
-Pero…
-Cierra la boca y prepara el saxo. Si el director nos ve hablando…; mejor ni te digo.
Se pusieron derechos en sus asientos, en “posición de tocar”. El director les indicó que era el momento de la canción de Jingle Bells. Mientras José desplazaba sus dedos por los botones del saxofón, casi de manera automática, se preguntaba de dónde vendría aquel olor a chamusquina.
<<Concéntrate, que te estás perdiendo>>, se dijo.
Acababa de equivocarse en tres notas y no se silenció a tiempo, lo que hizo que se ganara una mirada “asesina” de Erick.
-Oye, José –le susurró Fran, el chico del clarinete-, ¿te encuentras mal? Se te ve algo pálido.
–¿No sientes que algo va a salir torcido? –le dio por respuesta.
–Algo torcido es lo que nos va a pasar si no tocas bien. Relájate, que si no yo te voy a dar una razón para temer.
Inhaló una profunda bocanada de aire y de nuevo se llevó la boquilla del saxofón a los labios.
Y entonces lo vio. Apenas fue un deslumbre, una sombra fugaz que pasó por sus ojos. Pero no cupo duda alguna: era él. Sabía lo que su presencia significaba. Al fin y al cabo, él le había dicho que lo recogería al final del concierto.
Empezó a temblar. Sus temores se habían hecho realidad. ¿Pero por qué tan pronto?
La sombra se escondió. Estaba aterrado. Si llegaba a atraparlo sería el fin... Aunque no había escapatoria, tenía que intentarlo. Tal vez si…
Dejó caer el saxofón, se levantó ante la atónita mirada de sus compañeros y del público, y salió corriendo hacia las gradas. No le importaron los murmullos; si quería salvarse, no podía detenerse. Tumbando sillas y moviendo cables, llegó al borde del estrado.
Demasiado tarde. Cayó cual saco de arena al lado de Erick. No podía moverse. Respiraba con mucha dificultad. Tenía la vista nublada y los pensamientos se le confundían. A lo lejos oía los gritos de las mamás y de las alumnas del colegio vecino. Sabía lo que se le avecinaba, lo sabía desde hacía tiempo.
Durante un momento se arrepintió por no haberle dicho nada a su madre, a pesar de que el doctor le había confesado que era un asunto grave.
Algunos amigos lo zarandeaban mientras su mamá voceaba su nombre. Rebeca, la chica de sus sueños, lloraba junto a él.
Entonces aquel personaje se acercó. De pronto, más que miedo José sintió confusión. Era su difunto padre.