XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El elixir de la vida 

José Gilberto Arellano, 18

Preparatoria de la Universidad Panamericana

(Ciudad de México, México) 

En lo más hondo de una caverna habitaba un anciano que tenía el rostro de un niño. O eso alimentaban los cuchicheos en las tabernas, pues había quien afirmaba que el anciano había encontrado la pócima que los alquimistas habían buscado desde la noche de los tiempos: el elixir de la vida o de la eterna juventud.

—Bebía, bebía / y más joven se volvía —cantaban a coro los borrachos al chocar de sus tarros de cerveza—. Bebía, bebía / y más arrugas perdía./ Bebía, bebía y bebía…

Aquello fue todo lo que David necesitó escuchar: un poco de esperanza, pues a su avanzada edad las patas de gallo le hacían pliegues en la comisura de los ojos, la piel se le fundía con los huesos y un sin fin de manchas y verrugas salpicaban sus manos esqueléticas. Hacía meses que había extraviado las ganas de levantarse de la cama para encarar la jornada. Lo único que le sostenía eran aquellos sueños en los que volvía al añorado pasado, cuando fue joven y feliz. 

Tras muchos esfuerzos, llegó a la puerta de la caverna. Para su sorpresa, la boca negra se cerró con estrépito en cuanto puso los pies en el interior. De nada le serviría arrepentirse de su decisión. El halo de la antorcha que portaba con pulso tembloroso era lo único que rompía la oscuridad, aunque no le permitía ver más allá de sus propios pasos. Sintió que la gruta lo estaba invitando a confiar en el destino. 

«¿Acaso soy un tonto por creer a los borrachos del pueblo?», meditó por un instante.

Siguió avanzando. No tenía otra opción.

—¿Quién anda ahí? —escuchó al cabo de un rato. Se trataba de una voz blanca, cuyos ecos la engrandecían a medida que trepaban por las paredes abovedadas. 

«¿Habré llegado a lo más hondo?», se sorprendió David, pues el tiempo que llevaba en la cueva le había pasado en un instante. 

–¿Quién es? –repitió la voz misteriosa.

—Mi nombre es David –. Trató de infundir seguridad a sus palabras. 

–¿A qué has venido a mi cueva? –la voz tomó un cariz irritado–. Son pocos los que la encuentran, y menos los que regresan con una respuesta. 

Escuchó aquellas enigmáticas palabras cada vez más cerca. 

—Verá… Quiero recuperar los días de mi vida que he malgastado, las lágrimas que he despreciado, los sentimientos que no he atendido...

—Así que llegas a mí repleto de súplicas —. El dueño de aquella voz chasqueó la lengua con aire burlón. 

Cuando su menuda figura emergió en la penumbra, David comprobó que meneaba la cabeza, como hacía su padre cuando se sentía decepcionado por su hijo. Su mirada era pícara, su sonrisa inocente. Pero apenas tuvo tiempo de examinar su rostro, pues el misterioso personaje extendió los brazos para mostrarle dos copas de piedra, una en cada mano. David fue a comprobar su contenido, pero él las apartó de su vista. 

—Voy a hacerte la misma pregunta que hago a todo aquel que me encuentra —dijo a continuación—. Y espero… ¡Oh, por tu futuro espero!... que no te equivoques —. Hizo una pausa para mirarlo con una extraña condescendencia y prosiguió—. En esta copa tengo el elixir de la vida que tanto anhelas. En esta otra hay un vino exquisito. Sólo tienes que elegir.

David no se lo pensó dos veces: estiró el brazo para arrebatarle la copa que podía devolverle la plenitud de la vida. Pero, una vez más, el anciano con rostro de niño las retiró de su alcance.

—Escucha: todos los viajeros lo han sabido antes de escoger. Sería injusto que tú no lo conocieras –habló de nuevo–. Por eso, antes de que hagas tu elección, te advierto de que una de estas copas está vacía. 

–¿Cómo?

—Vacía, sí. Lo acabas de escuchar. 

David lo miró horrorizado. Se fijó en que sus ojos eran tristes y estaban hundidos. Eran los ojos de un niño en el rostro de un anciano.

–Debí habérmelo imaginado –dijo–. Lo que me ofreces no podía ser tan bueno —el desencanto le había propinado un golpe de realidad—. Tú, tan joven y sabio. Yo, tan viejo e iluso.

Se convenció de que estaba determinado a tomar decisiones equivocadas. Por un momento quiso ser él quien estuviera del otro lado, para formular aquel acertijo a sabiendas de cuál era la respuesta. 

Tras algunos minutos de incertidumbre tomó su decisión, convencido de que iba a volver al pueblo con los años perdidos en los bolsillos. Así que escogió la misma copa que había pretendido en primera instancia. Sin embargo, cuando fue a beber, descubrió que estaba amargamente vacía. 

El hombre con rostro de niño lo miró con tristeza antes de pronunciar:

–Pobre diablo… A tu edad deberías saber que no es de sabios buscar el tiempo que hemos perdido, sino aprovechar el que aún nos queda. Porque la vida de cada hombre comienza cuando se da cuenta de que sólo tiene una.