IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El extraño vecino

Natalia Morales, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Era una mañana despejada de invierno y el sol se escapaba entre las rendijas de la persiana para iluminar mi desordenada habitación. El cuerpo ya no me permitía más descanso; era incapaz de dormirme de nuevo. Saqué los pies de la cama y busqué al tacto las zapatillas de estar por casa. Bajé a desayunar y encendí la televisión cuando escuché el motor de un coche. ¡Mis padres habían llegado! Subí corriendo las escaleras que llevaban al dormitorio y, una vez allí, me vestí en un visto y no visto, me recogí el pelo en un moño y amontoné toda la ropa en la silla.

-¡Natalia, dónde estás!-preguntó mi madre desde el recibidor.

-Ya voy mamá. Estoy ordenando la habitación-cerré la puerta del dormitorio con llave para que no vieran semejante campo de batalla y bajé a recibirlos.

La cabeza me dolía después de la fiesta de anoche. Después de un breve intercambio de palabras con ellos, me encerré en mi cuarto con el susto aún en el cuerpo, convencida de que habían vuelto un día antes de lo previsto para vigilarme.

Pero ya no tenía remedio. Comencé a ordenar: coloqué la ropa en el armario, los libros en el escritorio, hice la cama y metí las pulseras, pendientes, collares y demás accesorios en el cajón. Entre una cosa y otra, se me hizo tardísimo. Era la hora de comer y había quedado con Pablo en un restaurante. Cogí el monedero, me puse un poco de maquillaje, tomé las llaves y salí a toda prisa por la puerta principal.

No paré de correr hasta que doblé la esquina. Así evitaba cualquier intento de mis padres de retenerme en casa. Abrí el bolso, pero me había dejado el iPod. ¡Menudo día!

Sin música, aquel paseo por la calle se me hacía eterno, una casa detrás de otra, hasta que crucé una con jardín. Olía a césped recién cortado. Tenía las paredes repujadas en piedra, un porche con una mecedora y un pequeño huerto. ¿Qué clase de persona viviría en aquel lugar?

-Perdona, chica. ¿Serías tan amable de ayudarme a subir las escaleras y sentarme en la silla?

Me quedé pasmada ante la petición de aquel hombre con la espalda curvada hacia delante. Mientras le ayudaba, me despertó algo que jamás había sentido, una mezcla de alegría, curiosidad y sorpresa.

-Soy Natalia –me presenté al dejarle caer en la mecedora.

-Yo me llamo Antonio.

-¿Vive solo?

-Mi mujer murió hace tres años. Desde entonces, me las arreglo como puedo. Juan, el vecino, me echa una mano de vez en cuando. Pero, en realidad, no tengo con quién hablar.

Las palabras de Antonio me despertaron una ternura capaz de ofrecerme a prepararle la comida. Me olvidé por completo de la cita con Pablo.

Por la noche no dejé de darle vueltas a la conversación que había mantenido con aquel anciano. Había sido un importante hombre de negocios y le apasionaba la lectura, especialmente los clásicos. Me prestó “Trafalgar”, de Benito Pérez Galdós.

Quise sacar provecho del insomnio y abrí la novela. Capítulo uno, capítulo dos, capítulo tres...

La semana transcurrió como siempre: malas notas en la escuela, discusiones con mis padres, escapadas para ver a Pablo...Solo un hecho fue distinto; había buscado ratos para leerme el libro hasta que lo terminé. Me sorprendí, porque nunca había conseguido finalizar la lectura de una novela. ¿Estaría madurando?

El miércoles volví a visitar a Antonio.

-Buenas tardes Antonio.

-Buenas tardes Natalia. ¿Te has leído el libro?

-Si, me ha encantado. Creo que con él he descubierto el secreto de la Literatura.

-¿Ah, sí...? ¿Y cuál crees que es?

-Un libro es un mundo. Un libro tiene miles de interpretaciones distintas: cada lector debe encontrar la suya. Cuando lo logras, se te abren las puertas del mundo.

-Me alegro mucho lo que te ha sucedido, pero debes entender que con leer una sola novela no vas a cambiar lo que eres.

-Ese es el problema. Comprendo que la lectura exige mucha dedicación.

-Cuando algo te gusta de verdad, sacas tiempo de donde sea. La lectura es tu nuevo reto, tu nuevo objetivo.

-Antonio, ¿crees que podría lograrlo?

-¿Estarías aquí si no pudieras? Sólo te pido una cosa a cambio.

-¿Cuál?

-Que les cuentes a tus padres que me vienes a visitar, que tus notas mejoren y que, a partir de ahora, la sinceridad reine tu vida. En otro caso, olvídate de mí, de mis libros y conversaciones.

Desde aquel día paso un par de horas todas las tardes en casa de Antonio.