VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

El falsificador

María Nolla, 16 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

A las cinco de la mañana Pablo salió de casa para ir a trabajar. Cuando llegó a la torre, mientras que el ascensor subía, se puso su uniforme. El momento del día que más le gustaba era justamente ese: cuando al salir del ascensor se encontraba dentro del proyecto de ingeniería más preciso del mundo, el Big Ben. Su familia llevaba ajustando cada día las ruedecillas del reloj desde su construcción y él iba a ser el siguiente encargado cuando su padre se jubilase.

Al otro lado del Mar del Norte, en una callejuela de la ciudad de Ámsterdam, vivía un señor de edad avanzada que fumaba en pipa de madera mientras leía un libro, sentado en un sofá de piel marrón . Su casa era casi un museo y si los turistas deseaban visitarla. Allí se podía encontrar desde una réplica de “La Gioconda” hasta una maqueta exacta del primer teléfono del mundo. El señor Smith era un amante de las antigüedades y, antes de la muerte de su mujer, se había dedicado a ir por todo el mundo buscando las mejores copias de las grandes pinturas, inventos y esculturas de la Historia. Hacía unos cuantos años que ahorraba para poder viajar a Londres para ver el Big Ben.

Cuando Pablo acabó de revisar que todos los engranajes estuviesen en orden, fue al aeropuerto a buscar al señor Smith, un viejo amigo de su padre. El chico estaba muy orgulloso, ya que venía para ver la réplica exacta del Big Ben que él llevaba cinco años construyendo.

Al llegar a la casa del joven, el señor Smith se quedó maravillado con la maqueta; tenía todos y cada uno de los engranajes, así como la exacta precisión del original.

-Pablo -dijo el señor Smith-, ¿por qué empezaste a hacer la réplica?

-Pues…- contestó pensativo- supongo que fue para hacer piezas de recambio por si las del real fallaban.

-Osea, ¿que serías capaz de sustituir todo el Big Ben?

-¡Por supuesto! –respondió el joven, orgulloso.

-Muy bien. Entonces, te propongo un trato –continuó el señor-. Ya sabes que tengo un pequeño museo en mi casa y me gustaría mucho que la répica del mecanismo del Big Ben estuviese en mi colección. Te prometo que tu esfuerzo te será recompensado.

-No. He pasado muchas horas trabajando en la maqueta.

-¡Vamos, hombre! Sabes que tengo réplicas de todo; sólo me falta el Big Ben.

Al día siguiente, Pablo despertó más temprano que de costumbre y en seguida se dio cuenta de que el señor Smith se había ido. El joven, extrañado, se dispuso a ir a trabajar pero, de repente, alguien golpeó la puerta. Al abrirla se encontró a dos guardias reales que le entregaron una misteriosa nota:

“Estimados ingleses, el principal problema que tenéis ahora no es ir al revés de todo el mundo sino que vuestro famoso reloj ha desaparecido. No vale la pena que salgáis a buscarlo porque nunca lo vais a encontrar. Lo mejor que podéis hacer es ir a casa de Pablo Hoppe. Él es el único hombre capaz de sustituirlo.”

Tres días después, Pablo ya había acabado todo el trabajo y fue nombrado, por la mismísima Reina, “Esperanza de Gran Bretaña”.

Entretanto, en el otro lado del Mar del Norte, en un callejón de la ciudad de Ámsterdam, había un señor de edad avanzada que fumaba una pipa de madera mientras contemplaba su nueva pieza y pensaba en otro plan para conseguir otra obra de arte.