XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

El fotógrafo 

Pablo Garrido, 15 años  

               Colegio Mulhacén (Granada)  

El árbol se desplomó sobre el trineo. Guardó el hacha en un lateral de la estructura y aseguró el pino con varias cuerdas alrededor del tronco. Atada la última, se acercó a la parte delantera y tomó la punta de dos sogas que se pasó por ambos hombros a modo de polea. Sujetando los extremos con las manos, comenzó a tirar hasta engancharlo al trineo. Arrancó y se deslizó por la nieve.

Salió del bosque a una explanada cubierta por un manto blanco. Siguiendo sus propias huellas, atravesó la llanura para sumergirse en otra arboleda menos poblada. Allí la nieve era más densa y ralentizaba su paso. El trineo acumulaba nieve en la parte frontal. A pesar de todo, llegó a su destino: una pequeña cabaña. El sol comenzaba a caer en el horizonte y las sombras iban alargándose.

—Hogar, dulce hogar... —susurró.

Soltó las cuerdas y liberó el árbol antes de arrastrarlo junto a un hoyo en la parte trasera de la choza. Se arrodilló y comenzó a retirar montones de nieve que se habían acumulado en el fondo. Terminada la tarea, acercó el pie del pino hasta el hoyo y, ayudándose de unas cinchas, comenzó a tirar hasta ponerlo en pie. Javier se alejó unos cuantos metros y lo contempló satisfecho.

—Ahora solo queda ponerte bonito —se dijo mientras hacía un ademán cómico.

Comenzó a adornar el árbol con bolas de cristal, rojas y plateadas, y después enredó unas luces a su alrededor. Las sombras se extendieron ante la ausencia del sol.

—Y por último... —dijo emocionado desde una escalera, antes de colocar una estrella en la punta del árbol de Navidad.

En ese momento la radio comenzó a sonar desde dentro de la casa. Javier se acercó sorprendido, giró la rueda del dial y una luz verde se encendió en la antena.

—Javier… le llamamos desde el PTC... Nos es grato anunciarle que su trabajo ha progresado de forma muy satisfactoria… Podrá regresar al centro dentro de cuatro días... No desperdicie estas noches que le quedan y recoja las últimas muestras y fotos… ¡Enhorabuena y feliz Navidad!

Estupefacto, se quedó inmóvil.

-Vuelvo a casa... -susurró-. ¡Después de tres meses, vuelvo a casa! -gritó a pleno pulmón.

En medio de las tinieblas y sólo se distinguía el haz de luz que desprendía la radio.

-Bueno; debo ponerme manos a la obra y acabar el reportaje –se dijo, aún excitado-. Carmen no se lo va a creer. ¡Menuda sorpresa le voy a dar para fin de año!

Salió de la cabaña con unas mantas entre los brazos, un termo plateado en lo alto y un maletín colgado del cuello. Extendió una de las mantas sobre la nieve, se sentó encima y se envolvió con las otras. El termo caliente contrastaba con el frío y desprendía un hilo de humo. Acomodado, abrió el maletín y sacó una cámara profesional a la que añadió dos largos objetivos y un trípode.

-A ver… -rumió mientras los giraba para enfocarlos–. Perfecto; ya solo queda esperar.

Pasaron un par de horas en las que daba pequeños sorbos al chocolate caliente que guardaba en el termo. La temperatura había descendido rápidamente. Solo las mantas y la bebida conseguían protegerle del frío. Entonces aparecieron unas luces en el cielo: verde, morado, azul... una mezcla de colores serpenteaba entre las estrellas.

-Bien, bien –expresó mientras apretaba el botón de la cámara con sus gruesos guantes-. Después solo cabrá dilucidar si la aurora está dañada por el “efecto invernadero”, si reacciona de alguna manera al “calentamiento global”.

El ´´click´´ del percutor de la cámara rompía el silencio bajo las luces, que lucían impasibles ante aquel hombre, que llevaba retratándolas desde hacía tres meses.

La noche pasó monótona hasta que la aurora se fundió en un azul grisáceo.

-He sacado unas tomas magníficas –se dijo-. Cuando le enseñe mis fotos a Carmen, comprenderá la importancia de mi viaje. Entonces cenaremos en ese restaurante que tanto le gusta para compensar mi ausencia.

Se levantó para comenzar a preparar su equipaje.