XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El golpe 

Ana García Carrillo, 15 años

Colegio Valdefuentes (Madrid)

–Si no paras de mirarme no me concentro, ¿vale?

–Pero, ¿cómo sabes que te estoy mirando si estás con la cabeza metida en el cuaderno? ¿Tienes ojos en las sienes, o qué? –se rio Carlota.

–Sí, soy un pez. ¿No me ves? –le respondió Anne–. Es que noto tu mirada.

–Tía, eres muy rara.

–Y tú, muy pesada. Ponte a estudiar de una vez y trata de sacar más de un cinco –le reprochó Anne–. A ver, ¿cuánto te has aprendido?

Miró a Carlota a los ojos. El rostro de esta se enrojeció antes de reconocerle en voz baja:

–Llevo unos… unos tres puntos. Voy por “La filosofía de Platón y sus problemas” –le reconoció–. Más o menos, la mitad. Y tú, ¿ qué tal vas?

–Casi he acabado. Me queda memorizar unos párrafos del último punto. Ya sabes que estos temas de Biología son larguísimos.

Al día siguiente Carlota tenía el último y más importante examen del curso, así que se giró para volver a centrarse en su cuaderno y se olvidó de Anne. Tras dos horas en la biblioteca, consiguió aprenderse el tema completo. Estaba satisfecha.

–Salgo a la calle un rato, a tomar el aire –se despidió de Anne. 

Afuera estaba todo oscuro. Consultó la hora: las diez menos diez. Supuso que su amiga bajaría en pocos minutos, así que la esperó tranquilamente, pero tras un cuarto de hora, al constatar que Anne no aparecía, decidió subir para preguntarle si iba a tardar mucho más. De ser así, se iría a su casa a cenar. 

En las mesas que habían ocupado durante la tarde, se encontró con un muchacho. 

–¿Has visto a una chica de pelo marrón, suelto, más o menos así de alta? –le preguntó Carlota, levantando la mano a la altura de sus ojos.

–Sí; se fue al baño con todas sus cosas. Supuse que ya se iba, así que ocupé su sitio –le respondió.

–Vale, muchas gracias.

Se acercó a los aseos, donde se encontró a Anne, que se miraba al espejo con aturdimiento

–¿Carlota? Ay, menos mal que estás aquí. 

–¿Qué te ocurre? –le había sorprendido su tono de voz.

–Tendría que haber bajado, pero es que… Madre mía, me estoy mareando otra vez –se apoyó en el lavabo–. Veo súper borroso. Iba a bajar hace un rato, pero antes pasé por el baño. Entonces, me resbalé. ¿Ves esa señal de que el suelo está mojado?

–Eh, sí… –contestó, volviendo la cabeza hacia el cartelón amarillo.

–Vale, pues yo no lo vi –le dijo Anne. 

–Ja, ja… –Carlota comenzó a reírse a carcajadas. 

–No te rías –pareció molestarse–. Me he hecho mucho daño en la cabeza. 

–Pero, tía… ¿No podrías haberme llamado? Tienes el móvil por aquí, ¿no?

–Ya, pero es que no me podía levantar. Debí darme un golpe en la cabeza. Te lo prometo: he estado como cinco minutos tirada en el suelo, sin fuerzas para levantarme. Y resulta que cuando por fin lo he conseguido, todo me empezó a dar vueltas. He estado a punto de caerme de nuevo. 

Carlota no pudo detener la risa. La imagen de Anne tambaleándose por el baño, intentando no volver a derrumbarse, le hacía demasiada gracia.

–Perdón por reírme –se llevó la mano a la boca–. Y luego, ¿qué ha pasado? 

–Pues que entré en una de las cabinas y me senté en un retrete, por ver si se me pasaba. Unos minutos después me he vuelto a poner en pie, y entonces has aparecido tú.

Carlota acompaño a Anne hasta la salida de la biblioteca. Decidieron irse a tomar algo. 

–Después de el esfuerzo continuado de este curso Nos merecemos una cerveza ¬–opinó Anne.

–Pero, ¿y tu golpe?  A lo mejor no has quedado bien de la cabeza.

–¿Qué quieres decir, Carlota?

–Que, en el examen, a lo mejor te preguntan sobre mitocondrias y respondes con una explicación del aparato digestivo.

Lanzaron a la noche un carrusel de carcajadas.