IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El halcón y la flor

Sofía Sakr Nassef, 15 años

                Colegio Guaydil (Las Palmas)  

Una tarde de principios de primavera, en la que los ruiseñores cantaban y los árboles florecían, un pequeño polluelo de halcón que estaba aprendiendo a volar cayó de su nido en un exuberante jardín, entre las rosas y los claveles. En una esquina el pajarillo descubrió un pequeño jazmín que no había terminado aún de florecer. Una de sus flores agitaba sus diminutos pétalos para atraerlo. El polluelo se acercó, curioso, y se ruborizó al sentir la suave caricia que le dio la pequeña flor. La madre del rapaz lo llamó, preocupada, y éste alzó el vuelo y se alejó de allí con pesar.

Pasaron los meses y el polluelo se convirtió en un hermoso halcón de plumas castañas y ojos pardos ribeteados de una línea dorada. Todos los días visitaba al jazmín, que también había crecido. Del primer encuentro surgió una extraña amistad y con el tiempo un lazo más hermoso y fuerte: el amor. Pero todo terminó cuando un cazador atrapó en sus redes aquella soberbia ave. La pequeña flor se entristeció al ver que él no acudía a su cita diaria. A los dos días la joven que cuidaba el jardín decidió que podría ganarse unas monedas si vendía las flores, así que podó los rosales e hizo collares con los jazmines. A la mañana siguiente, fue a venderlos al mercado.

El conde y su sobrina acudieron al mercado dominical en la plaza de la capital del condado. Había puestos de tal variedad que dejaban a cualquiera con la boca abierta. En uno de éstos un hombre vendía aves de caza, entre los que destacaba un halcón de gran envergadura, cuyos ojos brillaban de nostalgia. El joven conde pagó seis monedas de oro por el animal y lo envío con un escudero a la torre de homenaje. La niña también se detuvo, esta vez ante el puesto de una joven campesina que mostraba un surtido de flores de suave y deliciosa fragancia. La muchacha, al darse cuenta del interés de la pequeña le tendió un collar de jazmín. La niña quedó encantada con el presente y le pagó una pequeña moneda de plata.

Al día siguiente el joven conde ardía en deseos de probar aquel hermoso halcón. Acompañado de su sobrina organizó una cacería. Cuando llegaron a un claro del bosque le quitaron la capucha que le tapaba la vista. El halcón miró a su alrededor con cierta curiosidad y vio, en el cuello de la niña que cabalgaba al lado del conde, el collar del que pendía aquella florcilla que tanto amaba. La rapaz se inclinó y acercó su pico con cariño a los pétalos. Después, con un rápido movimiento, arrancó el jazmín del collar y alzó el vuelo. Uno de los escuderos cargó rápidamente su ballesta y disparó contra el animal, que cayó fulminado sobre unos arbustos.

El conde se acercó a la rapaz, la recogió con sumo cuidado y por la mirada de aquellos ojos supo que éste era un halcón salvaje. Ordenó que lo disecaran y la flor que portaba en su pico fue prensada y cosida con mucho cuidado en el plumón de su pecho. Bajo el ave lucía una placa que rezaba: “Dos seres diferentes, un mismo sentimiento y una eternidad juntos”.