VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

El hombre más valiente
del mundo

Miguel Guerrero, 15 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

¿De que sirven las medallas? ¿De que sirve que te feliciten por un trabajo que haces contra tu voluntad? …

Esta es mi historia, la historia de Herman Dietrich, capitán alemán en el campo de concentración de Buchenwald.

Mi hermano y yo nacimos, el 24 de octubre de 1915, en Hamburgo. Mis padres decidieron ponerme Herman y a mi hermano Keller.

Nuestro padre trabajaba como herrero. Era un hombre fuerte y duro. Mamá cuidaba la casa. Mi padre tenía pocas demostraciones de afecto hacia nosotros, no porque no nos quisiera sino porque las carantoñas no estaban bien vistas en aquella época. De nuestra madre me acuerdo poco, pues falleció cuando teníamos diez años. Es curioso, aunque no recuerdo su cara sí del tono de su voz.

Mi hermano era un chico de gran inteligencia y fuerza. Podía contar con él para lo que fuera, y acostumbrábamos a pasar el rato libre imaginándonos qué éramos héroes.

A punto de nuestro vigésimo cumpleaños, llegaron unos hombres al pueblo hablando del nuevo Fuhrer, Hitler, hasta entonces canciller imperial. Nos arengaron acerca del ejercito, de la noble tarea que realizaban los soldados alemanes defendiendo a su país. Nos llamo mucho la atención, pues nos sentíamos en la cima del mundo y pensábamos que estábamos destinados a grandes empresas. Creímos que era nuestra oportunidad para convertirnos en héroes y que todo el mundo nos aclamase. Así que se lo comunicamos a mi padre, con el que tuvimos una gran discusión. Al final aceptó. Antes de irnos nos puso una bolsa con ahorros en las manos y nos dijo:

-Ya sois unos hombres y sé que os conduciréis con dignidad. Recordad que no importa lo que hagáis si sabéis que es lo correcto.

Dejamos la ciudad para trasladarnos a Weimar, lugar donde iba a tener lugar nuestro adiestramiento.

Tres años después me habían nombrado teniente. Mi hermano era subteniente y estaba bajo mis órdenes.

En aquella época sonaban aires de guerra. Estaba entusiasmado, lleno de ganas de demostrar que merecía mi nuevo rango.

A principios de 1938 nos destinaron a un campo para prisioneros políticos, aquellos que se oponían al III Reich. Ese mismo año, se amplió para los judíos.

No sabía que habrían hecho aquellas pobres gentes, pero por todos lados las pintaban como unos asesinos desalmados, culpables de que perdiésemos la primera Gran Guerra..

Fue en aquella época cuando mi hermano empezó a cuestionarse algunas de las cosas que tenia que hacer. El ideal que él tenía del ejército, no se correspondía a lo que hacíamos en el campo. Yo no pensaba como él, pero aun estaba por llegar la persona que habría de hacerme ver que estaba equivocado.

Por aquel entonces no se podía abandonar el ejercito, pues si lo intentabas te tachaban de traidor a la patria y desertor.

Mi hermano se encontraba cada vez más hundido, asqueado de todo lo que tuviera que ver con la Guerra.

En ocasiones me detenía a hablar con los presos judíos. Les recuerdo con sus cabezas rapadas, los uniformes de presos con la Estrella de David. Pero el que congenió con los prisioneros fue Keller.

Un día de noviembre, me enviaron un informe en el que acusaban a mi hermano de un doble asesinato con sentencia sumarísima de muerte: debíamos fusilarle.

Por lo visto, Keller había visto a dos soldados pegando a un prisionero. Cuando les ordenó que parasen, le insultaron e intentaron atacarle por traidor. Mi hermano se defendió y con la ayuda de otros presos mató a sus dos oponentes.

No me dejaron hablar con él.

Al día siguiente me ordenaron ir al patio para ordenar la ejecución. Me sentía fatal.

Pero cuando formé el pelotón de fusilamiento, un grupo de prisioneros llegó a la carrera desde los barracones. Antes de que pudiéramos hacer nada, rodearon a Keller. No intentaron nada: ni defenderse ni atacar, simplemente acompañarle en su fatal destino. Inesperadamente, algunos soldados tiraron las armas y se pusieron con ellos.

Pero el general dio la orden de abruir fuego.

En fabrero intenté liberar a un grupo de prisioneros. No lo logré y fui encarcelado a la espera de juicio, en el que me condenaron. La ejecución tendría lugar el 12 de abril. Un día antes, el campo fue liberado

Hay gente que dice que fue casualidad, otros que fue una señal del destino. Los Aliados me dejaron en libertad gracias al testimonio de algunos prisioneros.

Ahora tengo noventa años, y durante todo el tiempo transcurrido he mantenido vivo el recuerdo de mi hermano, Keller Dietrich, el hombre más valiente del mundo.