XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

El hombre que
resurgió del polvo 

Alicia Davó, 18 años 

Colegio Altozano (Alicante)  

Se levantó como un día cualquiera, estiró su fatigada espalda y se sirvió el café que había sobrado de la tarde anterior. Sin darse cuenta, se quedó como obnubilado ante el giro perfecto que daba la taza en el interior del microondas y, de pronto, se percató de que le envolvía una sensación nueva, a la que no consiguió poner nombre. 

Encendió el televisor para ver las desgracias que pasaban alrededor del mundo. Eran la banda sonora que utilizaba para empezar el día. Acabó de desayunar y subió a vestirse para empezar otra aburrida jornada, como de costumbre. Al entrar al baño, miró de refilón su cara en el espejo. Se asustó. No quería creerlo. Se asomó de nuevo a ver su reflejo. En efecto, acababa de encontrar la sensación: ¡estaba sonriendo!

La curva de sus labios se reflejaba en el espejo y era extraña para él. Hacía tiempo que no la veía. Cómo la iba a ver si no tenía motivo alguno para que surgiera. Entonces… ¿por qué aparecía de pronto? ¿Por qué razón había surgido? 

Permaneció unos segundos retando a su yo del espejo, por ver si conseguía borrar aquella sonrisa. Pero esta se mantuvo. 

Después de asearse y vestirse se dirigió a la oficina. Para su sorpresa, la vecina del quinto con la que solía coincidir en el ascensor, no tenía la actitud engreída habitual en ella, pues se dignó a murmurar un buenos días e, incluso, le sonrió levemente. Lo mismo ocurrió con su jefe, que apuraba un croissant a la puerta de su despacho. Le miró con amabilidad y le preguntó cómo estaba. Mantuvieron una breve conversación, lo cual le llamó poderosamente la atención porque no habían hablado desde el cierre de último contrato. 

Pasaron las horas del día y se sentía ligero como una pluma. Era capaz de conversar con sus compañeros, de regar el cactus de su mesa, al que no hacía caso desde la Navidad pasada, cuando le tocó en la estúpida rifa de la empresa. 

Volvió a casa, ya de noche. Antes se sentó en un banco cercano a la calle donde vivía y se quedó mirando al cielo estrellado. Siempre le había dado mucha paz contemplarlo. De repente comenzó a reírse. No era una risa normal, le salía de dentro. Era una risa profunda, una carcajada que hizo ecos contra los edificios vecinos.

Cuando consiguió calmarse, se tumbó en el banco y comprendió lo que le pasaba: se había perdonado a sí mismo. Estaba resurgiendo del polvo de sus miserias. Volvía a ser él.