XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El hombrecito
del traje rojo 

Irene Beltrán, 17 años

Colegio Vilavella (Valencia)

El hombrecito de traje rojo aguardaba pacientemente su salida a escena. Su compañero, el hombrecito de traje verde, estaba realizando, como en cada actuación, una representación magistral que agradaba a todo el público. Sin embargo, el semblante del hombrecito de rojo se había entristecido, pues él nunca recibía aplausos por parte de los espectadores, sino insultos y miradas de desprecio –especialmente por parte de aquellos que le urgían a que volviese a las bambalinas–. Él quería creer que no hacía tan mal su trabajo, ya que desde que le contrataron se esforzaba en ejecutarlo lo mejor de lo que era capaz.

Decidió disipar aquellos pensamientos, pues el temporizador había rebasado los diez segundos y, en consecuencia, el parpadeo de las luces que alumbraban a su compañero se hacía notable. El cambio entre escenas se efectuaba rápidamente. Se apagaron las luces y el hombrecito del traje verde regresó por detrás del telón. El de la chaqueta de fuego se colocó en el centro de las tablas y un foco lo iluminó de pronto.

En cuanto apareció el antihéroe, la platea y los palcos se sumieron en un tenso silencio. La mirada del artista recorrió las primeras filas. Solía fijarse en las expresiones de impaciencia, desdén e indiferencia del público. Sin embargo, aquella noche algo distinto captó su atención, dejándole inmóvil. Una niña pecosa y pelirroja, de ojos achinados y generosa sonrisa, parecía ser la única espectadora que apreciaba su actuación, como si viviera en un mundo distinto al de los adultos que la rodeaban. Con las piernas separadas, los brazos pegados a los lados del torso y el cuello tan estirado como le era posible, trataba de imitar la postura del hombrecito, que se quedó durante unos segundos inmóvil, hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. Su papel no le permitía llorar, pero en aquella ocasión lloraba de alegría. 

Encontrarse con alguien que lo admiraba, aunque fuera una niña, removió su interior como nunca antes le había ocurrido. Las lágrimas enseguida rodaron también por las mejillas del hombrecito rojo. De su rostro cayeron al escenario. Entonces, el semáforo soltó un pequeño chispazo, dejando a los dos hombrecitos sumidos en tinieblas.