XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

El infierno 

  Roberto Iannucci, 12 años  

               Colegio Mulhacén (Granada)  

El vaso se rompió con estrépito contra el suelo de la cocina y a Miguel se le encogió el corazón. Inmediatamente, del despacho salió el temible demonio. Sus ojos llameaban de furia. Con un solo gesto hizo comprender al niño que se iba al infierno.

Sin atreverse a decir nada, Miguel se dirigió hacia las escaleras que le llevaban a tan horrible lugar. Bajó escalón a escalón, dejándose tragar por la oscuridad. Una vez abajo, abrió resignado la puerta de metal, que chirrió como el último grito de un condenado, haciendo que el pequeño se estremeciese. Avanzó un paso, cerró la puerta tras él y entró al infierno.

Todo estaba oscuro y no se oía un ruido. Había un fuerte olor a humedad. Miguel dio unos pasos cortos e inseguros, sin alzar los pies del suelo. De pronto, algo duro, metálico, le golpeó en la frente. Medio aturdido, retrocedió, pero se tropezó con algo desconocido y grande, cayó al suelo y aquel artilugio se desplomó sobre él.

Dolorido, empezó un llanto enternecedor. Escuchó pasos apresurados y el demonio apareció junto a la puerta, acompañado de un bello ángel luminoso. Una luz cegadora prendió el infierno, convirtiéndolo en algo más benévolo. Pero los llantos del pequeño no cesaban.

El ángel se acercó a Miguel, lo liberó de la mole que lo retenía, lo cogió y lo abrazó con ternura, susurrándole frases consoladoras al oído. Cuando el niño se calmó, el ángel miró furioso al demonio.

—¡¿Cómo puedes ser tan cruel con tu hijo?!... ¡Solo tiene seis años! No puedes meterlo en el sótano por un accidente.

El demonio bajó la cabeza avergonzado, y en sus ojos se empezó a formar una lágrima.

—Mami, me he hecho pupa —gimió Miguel.

La mujer ahogó un grito al ver las marcas que tenía su hijo en el rostro. Se volvió hacia su marido:

—¡Te dije que tirases esa vieja bicicleta! ¡Te dije que iba a hacer daño a alguien!...

El padre se acercó a su hijo, le abrazó con fuerza y le susurró:

—Lo siento.

Entonces, el demonio empezó a cambiar, hasta convertirse en un hombre arrepentido.