XIII Edición
Curso 2016 - 2017
El joven escritor
Cristina Carreres, 15 años
Colegio Altozano (Alicante)
Después de dos horas delante del portátil, al darse cuenta de que no había avanzado en su trabajo, bajó la pantalla de golpe y se echó hacia atrás con la silla. ¿Por qué no se le ocurría nada?... Últimamente le faltaban las fuerzas, la emoción, la voluntad y, sobre todo, la imaginación. Solo se le ocurrían ideas sueltas que, al unirlas, no tenían sentido. Su novela no tenía emoción. Si las cosas seguían así, estaba seguro de que no ganaría aquel concurso.
Escribir era su forma de vida; todos los días necesitaba escribir algo, ya fuera para desahogarse o simplemente para pasar el rato. Por eso la escritura se convirtió en un hábito. Escribía lo que se le ocurría y la mayoría de las veces, el trabajo era coherente. Pero aquel día le habían surgido tantas ideas que no sabía cuál escoger, y desde que aparecían en su cabeza hasta que las escribía, sufrían tantos cambios que al final el resultado era opuesto a lo que hubiese deseado. Aquello le irritaba porque quería ganar. No era el premio lo que le motivaba, sino demostrar su pasión.
Se tumbó en la cama para repasar la línea argumentativa de la novela. No estaba mal, pero le faltaba emoción, y no se le ocurría un buen final. Se sintió frustrado. Al final se durmió atosigado por sus pocas expectativas.
***
El día siguiente sí que fue bueno. Sábado, mañana de fútbol, comida con amigos, y tarde de cine. La película, muy entretenida, le dio mucho que pensar. Uno de los personajes secundarios era un escritor que necesitaba viajar urgentemente para encontrar inspiración. ¿Y si a él le pasaba lo mismo?... ¿Y si necesitara conocer emociones de primera mano para poder transmitirlas a sus personajes?... Porque eso es lo que debía hacer un buen escritor: transmitir emociones a sus personajes, y que estos los transmitieran al lector. Jamás se había enamorado. ¿Tal vez por eso a sus escritos les faltaba “chispa”?
***
Su novela pasó la primera prueba. No acababa de creérselo. Para la segunda ronda, los concursantes debían viajar a Madrid para recibir unas charlas. Pensó que así conocería a otros autores noveles. No era el único autor de su ciudad que había superado la prueba: había una chica de su edad. No viajaría solo a Madrid.
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En Madrid conoció a otros jóvenes con sus mismas inquietudes, llegados de diferentes partes de España. En la primera tarde tuvieron la primera conferencia. Al día siguiente, recibieron dos charlas más, que se completaron con varios talleres de escritura en los que tuvieron que colocarse por parejas. Bruno y Carolina, la chica de su ciudad, se pusieron juntos. Debían escribir sobre qué se podría hacer para mejorar el mundo. A Bruno no se le ocurría nada, pero Carolina tenía muchas ideas:
—Estamos en el siglo XXI, y es cierto que se han resuelto muchos problemas, pero, ¿qué me dices de la pobreza?
Bruno no supo responderle.
—¿Y de la guerra?
Tampoco le dijo nada.
—Hay más problemas, como el racismo, la contaminación —a Carolina le brillaban los ojos al hablar—, el exceso de consumo en los países ricos y la familia. Si cada familia estuviera más unida, buena parte de estos problemas se reducirían. Los cambios están al alcance de todos; haciendo muy poco, se puede cambiar mucho.
A partir de entonces, charlaron sin tomarse apenas un descanso. Y en sus conversaciones aparecieron autores, títulos de libros, sueños… A su regreso, Bruno se sentó al ordenador y no se detuvo hasta poner el punto y final a su novela.
Gracias a Carolina, ganó el concurso.