XVI Edición
Curso 2019 - 2020
El ladrón
Carmen Almandoz, 14 años
Colegio Entreolivos (Sevilla)
Aurora, una chica de veinticinco años, arrancó el coche, pero antes de meter primera y pisar el acelerador le sorprendieron unos gritos.
–¡Al ladrón!, al ladrón!
Una señora rellenita intentaba alcanzar a un hombre que corría a toda velocidad y sujetaba con fuerza un bolso.
–¡Deténgase! –gritó un tipo que había salido en auxilio de la anciana.
En cuanto el caco giró por la esquina, se escondió detrás de unos contenedores de basura, a pocos metros del automóvil de Aurora.
La joven se fijó en él, que estaba en cuclillas y vuelto de espaldas. Apreció su cuerpo en tensión, cuyo torso crecía y menguaba a causa de una respiración fatigada. Por su vestimenta juvenil, Aurora calculó que no tendría más de treinta años. Llevaba una camiseta empapada en sudor.
De pronto el ladrón se volvió hacia el coche, aunque no reparó en su ocupante. A Aurora el corazón le dio un vuelco: lo conocía… lo conocía muy bien. Era Jacobo.
<<Ha crecido, ya lo creo –sonrió Aurora–, pero sigue teniendo los ojos llenos de picardía y la misma sonrisa torcida>>. Aparto bruscamente su mirada de él, como si despertase de golpe. <<Pero, ¿qué ha sido de su vida para convertirse en un atracador?>>, se dijo, mirando el bolso que Jacobo sostenía en las manos. << Pero, si era un estudiante excelente y una gran persona>>.
<<Y cuando él me llamaba "alambres"... –evocó con nostalgia los años que ella llevó un aparato en los dientes–. ¡Hacía que me diera tan tan fea!... –se rio para sí, al tiempo que apreciaba en el espejo retrovisor su alineada dentadura.
Jacobo y Aurora habían sido amigos. Compartieron muchos momentos en el colegio: bromas, estudio, enfados, risas, trastadas, decepciones, sorpresas... Estuvieron en la misma clase durante la secundaria y el bachillerato. Dejaron de verse cuando cada cual comenzó una carrera universitaria distinta. Más de una vez Aurora se había cuestionado si entre ellos hubo algo más que amistad. Era probable que Jacobo también se lo hubiese preguntado, pero nunca lo comentaron el uno con el otro.
Cuando el tipo que le perseguía pasó por delante de los contenedores, Jacobo supo que estaba perdido. Entonces Aurora, sin pensárselo dos veces, abrió la puerta del copiloto.
–¡Eh!... ¡Chist! –le llamó–. Súbete.
Jacobo se le quedó mirando, sin entender, pero al ver que aquel hombre escrutaba la calle, se metió con rapidez en el vehículo.
Su perseguidor pasó junto al coche. Jacobo se agachó. Fueron unos segundos en los que los viejos compañeros de colegio dejaron de respirar.
Cuando pasó el peligro, Jacobo se desplomó en el asiento. Aurora se le quedó mirando, en silencio, sin saber qué decir. Acababa de hacerse cómplice de un robo para salvar a un amigo de la adolescencia.
–Gracias –habló al fin el ladrón. Y sonrió con la boca torcida hacia la izquierda.
–De nada –fue la respuesta de Aurora.
Con las mismas prisas con las que había entrado en el automóvil, Jacobo salió, cerró la puerta y se alejó. Entonces Aurora giró la llave.
<<Es normal que no se acuerde de mí; han pasado unos cuantos años>>, pensó con algo de tristeza.
Fue a pisar el acelerador cuando alguien dio unos golpecitos en el cristal. Era Jacobo.
–Oye… –hubo un pequeño silencio–. Que sepas que todavía me acuerdo de ti, Alambres.
Aurora soltó una carcajada, como en los buenos tiempos.