IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El logro de Carolina

Teresa Esteve, 15 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Carolina saca la llave del bolsillo de su chaqueta con ímpetu, abre la puerta del desván y, muy agitada, la cierra de un portazo. Mira alrededor. Esta habitación es muy especial para ella: miles de recuerdos se agolpan en su cabeza, como si cada vez que pisara aquella sala se le vinieran de golpe todos sus momentos, tanto los agradables como los desagradables. Se deja caer al suelo, desolada. Siente una fuerte angustia en su interior, un agobio que la atormenta constantemente y la empuja a derrumbarse. Desconsolada, rompe a llorar. Quiere ser otra. Sin poder evitarlo, se apoya contra la columna de madera y se duerme.

-¡Carolina! -grita Isabel, golpenando la puerta con empeño.

Carolina no responde, parece no darse cuenta. Su madre suspira profundamente disgustada. Pero, ¿de que le sirve gritar y dejarse la voz? Aquello no va a funcionar y, por muy mal que se sienta, sabe que solamente puede esperar.

-Necesito un café... Y rápido -se dice a ella misma con firmeza.

Su marido la ve bajar con aire meláncolico y adivina enseguida lo ocurrido. Isabel ignora su mirada y clava sus ojos húmedos en el suelo.

-¿Que ha pasado esta vez?, pregunta éste con dulzura.

Isabel no responde.

-¿No me lo vas a contar? -insiste, observándola por detrás.

-Que te lo explique ella, Miguel –responde con sequedad.

-Sabes que no puede -replica algo molesto.

-¡Pues yo tampoco! -vocifera Isabel antes de salir al jardín.

Miguel la ve echarse en el césped y se propone terminar el café que ella ha dejado a medias.

Han vuelto a discutir. Y me temo que ha sido por mí, para variar. Por una parte me alegra saber que se preocupan de mí, pero eso les hace sufrir mucho y no me gusta verlos hundidos. Quisiera que fueran felices, felices de verdad. Mamá siempre llora porque  le doy mucha pena, eso es lo que me transmite su mirada cuando cree que no la observo. Pocas veces la hago sonreír, eso lo hace mejor papá, que la consuela con palabras, hermosas, aunque yo no las entienda.

-¡Carol! No sabía que estabas aquí -sonríe Miguel al ver a su hija.

Me ofrece café y me sonríe afectuosamente. ¡Cómo me gusta su sonrisa! A veces pienso que hasta se siente orgulloso de m, algo imposible. Le devuelvo la sonrisa y acepto el café. Seguramente quiere que se lo lleve a mamá para que hagamos la paces. Vuelvo a sonreirle y me dirijo al jardín con la taza en las manos. Está caliente y trasmite un aroma agradable. Me gusta esta sensación.

Al sentarme al lado de mi madre, quisiera decirle algo, un te quiero, una sóla palabra que la consolara, pero no soy capaz. Antes de que ella intente hablar le doy el café. Ella toma la taza y acto seguido me abraza con precipitación. No me doy cuenta de que llora hasta que una lágrima suya resbala por mi cuello. El corazón le late desfrenadamente. Deseo  preguntarle por qué está tan triste, aunque ya lo sé. Siempre he sido un poco rebelde y no he querido aprovechar las miles de oportunidades que me ha ofrecido. ¡Idiota! ¿Porque no me habré dado cuenta  que voy por mal camino? Aparto a mi madre con suavidad para mirarla a los ojos... Tengo una idea.

Siete años más tarde.

Isabel entra en la casa acompañada de Carolina y abraza a su mejor amiga Pat, contenta de volver a verla. Coge a Carolina de la mano y la presenta.

-Y esta chica tan guapa es mi hija Carolina.

Patricia la mira con infinito cariño. Siente un gran respeto por ella, ésta lo percibe enseguida y le sonríe.

-Hola Carol -saluda mientras mira a Isabel suplicante.

-Ella no te oye, pero lee los labios perfectamente -responde Isabel de inmediato.

-Tenía muchas ganas de conocerte, Carolina -dice Patricia.

-Yo también a ti -responde Carol con esfuerzo.

De nuevo, Patricia vuelve a mirar a Isabel con los ojos como platos, atónita.

-Después de siete años lo ha conseguido -contesta Isabel a la mirada de su amiga.

-¿Cuantos años tienes? -pregunta Patricia, dirigiéndose a Carolina.

-Veintidos -responde ella con la sonrisa de su padre dibujada en los labios.

Patricia las escolta al salón y empiezan a conversar. Charlan de temas variados durante horas. Carolina contempla a su madre. Está feliz y ella también. Hasta lo quince años no quiso aprender a comunicarse con los demás, ya que rechazaba aceptarse tal y como era.