XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

El maletín

Berta Riba, 14 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Se oyó el primer disparo.

En su mano derecha sujetaba un pesado maletín; a duras penas podía correr.

El segundo disparo resonó entre los árboles.

Sabía que si dejara escondido el maletín entre los arbustos, avanzaría con más facilidad. Después podría volver a buscarlo. Seguro que nadie iba a darse cuenta… Pero era demasiado arriesgado. El maletín era más valioso que su propia vida y no debía abandonar tantos años de investigación.

Al tercer disparo saltó la sirena.

Cojeaba. Su rostro angustiado se cubrió de sudor.

<<Si pudiera cruzar el bosque, estaría salvado>>.

En aquellos segundos se debatían la vida y la muerte.

Miró hacia atrás. A unos doscientos metros se hallaban tres hombres armados. Si tenían buena puntería, le podrían alcanzar. Pero ese no era el objetivo de los pistoleros. Matar al profesor supondría una catástrofe; estaba en juego el futuro de la humanidad. Si acababan con él, nadie podría abrir el maletín. Solo él podría darles la combinación que les llevaría a ser los dueños del mundo.

Pero el profesor no podía entregárselo, pues eran soldados bajo el mando del general Sanbel, un hombre sangriento de cuyas acciones solo podía esperarse el mal, sin misericordia ni perdón.

Tan solo unos metros separaban al profesor de su salvación.

Ante él se extendía el largo muro fronterizo. Si conseguía cruzarlo, nadie le perseguiría. Las fuerzas del general no podían penetrar en aquel territorio. El problema era que no podía saltarlo. Moriría en el intento.

Una idea, tan brillante como espeluznante, llegó a su cabeza. Al otro lado del muro fluía un río de gran caudal. Aquel era su momento; se armó de valor y, con las pocas fuerzas que le quedaban, lanzó el maletín por encima del muro.

Escuchó cómo caía en el agua. La fría corriente lo hundió en sus oscuras profundidades.

Sabía que había hecho lo correcto. Nadie llegaría a saber lo que contenía aquel maletín; nadie podría presenciar el horror que su invento podría causar.

Los soldados se habían detenido a unos metros de él, estupefactos ante lo que acababa de suceder.

El eco de una detonación impactó contra el muro de la frontera. El profesor sonrió. Antes de morir, pensó que la herida de sus invenciones acababa de cerrarse.