VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

El mejor regalo

Irene Barrio, 16 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

-¡Que frío!

-Pues vete a casa.

-No quiero. Mis hermanos estarán histéricos y este año me espera una gran decepción.

-No será para tanto; quizás te sorprendas. Además, no te quejes, que tú no sabes lo que te van a traer, no como a mí, que ya me han dicho que no.

-Bueno, compartiremos la desilusión.

-Anda, me voy a casa que llego tarde.

Llegó tiritando. Se paró ante la puerta y dudó si mirar el reloj, porque implicaba sacar las manos de los bolsillos. Eran ls doce y cinco.

Entró en casa sigilosamente. Al menor ruido, Kan comenzaría a ladrar. Tarde: Gabriel le mandó callar y se acercó al salón. Sus padres estaban allí.

-Buenas.

-Llegas tarde.

-Son y cinco.

-Claro; por eso llegas tarde.

Gabriel no entendía aquella actitud en la que notaba un matiz de mofa en la contestación de su padre. Otros días había llegado a la misma hora y no había pasado nada. Claro, otros días...

Se fue a su cuarto y se tumbó en la cama.

<<`Encima se ríen de mí>>.

-¡Gabri! ¡Gabri!

Miró el reloj. Eran las seis de la mañana. Ana, su hermana pequeña, le llamaba.

-¡Por favor, ven!

Se puso las zapatillas y llegó arrastrándose hasta el salón.

-¡Mira! -gritó esta vez Lucas, su otro hermano.

La habitación principal de la casa estaba llena de regalos, cinco montones y en cada uno, un par de zapatos. Hasta Kan tenía un regalo encima de su vieja manta.

Sus padres entraron por la puerta, sonrientes.

-Lucas, empieza.

Abrían los regalos de uno en uno, de pequeño a mayor. Lucas corrió hasta sus zapatos y comenzó por el paquete más grande: un Scalextric, una pelota, unos zapatos... Sus ojos se iban haciendo cada vez más grandes, su sonrisa más brillante y sus manos más rápidas, hasta que acabó con sus regalos. Le siguió Lucía que, poco a poco, fue rescatando muñecas, cuadernos y pinturas.

Gabriel se sintió pequeño ante tanta inocencia y alegría. A su hermana le había bastado una caja de pinturas para emocionarse. Sin embargo, él llevaba días enfadado con sus padres porque le habían dicho que no a su deseo de tener un ordenador nuevo.

Durante toda la Navidad se había dedicado a murmurar y a evitar hablar sobre el seis de enero. Ahora recapacitaba: había sido egoísta porque sus padres no se podían permitir ese regalo.

-Gabriel, tu turno.

Sus padres le miraron expectantes. Él les sonrió arrepentido y se disculpó. Insistió en abrir los regalos el último porque ya había recibido bastante: la emoción del momento, la generosidad de su familia y la inocencia perdida, el mejor regalo.