VII Edición
Curso 2010 - 2011
El mejor regalo
Irene Barrio, 16 años
Colegio Alcazarén (Valladolid)
-¡Que frío!
-Pues vete a casa.
-No quiero. Mis hermanos estarán histéricos y este año me espera una gran decepción.
-No será para tanto; quizás te sorprendas. Además, no te quejes, que tú no sabes lo que te van a traer, no como a mí, que ya me han dicho que no.
-Bueno, compartiremos la desilusión.
-Anda, me voy a casa que llego tarde.
Llegó tiritando. Se paró ante la puerta y dudó si mirar el reloj, porque implicaba sacar las manos de los bolsillos. Eran ls doce y cinco.
Entró en casa sigilosamente. Al menor ruido, Kan comenzaría a ladrar. Tarde: Gabriel le mandó callar y se acercó al salón. Sus padres estaban allí.
-Buenas.
-Llegas tarde.
-Son y cinco.
-Claro; por eso llegas tarde.
Gabriel no entendía aquella actitud en la que notaba un matiz de mofa en la contestación de su padre. Otros días había llegado a la misma hora y no había pasado nada. Claro, otros días...
Se fue a su cuarto y se tumbó en la cama.
<<`Encima se ríen de mí>>.
-¡Gabri! ¡Gabri!
Miró el reloj. Eran las seis de la mañana. Ana, su hermana pequeña, le llamaba.
-¡Por favor, ven!
Se puso las zapatillas y llegó arrastrándose hasta el salón.
-¡Mira! -gritó esta vez Lucas, su otro hermano.
La habitación principal de la casa estaba llena de regalos, cinco montones y en cada uno, un par de zapatos. Hasta Kan tenía un regalo encima de su vieja manta.
Sus padres entraron por la puerta, sonrientes.
-Lucas, empieza.
Abrían los regalos de uno en uno, de pequeño a mayor. Lucas corrió hasta sus zapatos y comenzó por el paquete más grande: un Scalextric, una pelota, unos zapatos... Sus ojos se iban haciendo cada vez más grandes, su sonrisa más brillante y sus manos más rápidas, hasta que acabó con sus regalos. Le siguió Lucía que, poco a poco, fue rescatando muñecas, cuadernos y pinturas.
Gabriel se sintió pequeño ante tanta inocencia y alegría. A su hermana le había bastado una caja de pinturas para emocionarse. Sin embargo, él llevaba días enfadado con sus padres porque le habían dicho que no a su deseo de tener un ordenador nuevo.
Durante toda la Navidad se había dedicado a murmurar y a evitar hablar sobre el seis de enero. Ahora recapacitaba: había sido egoísta porque sus padres no se podían permitir ese regalo.
-Gabriel, tu turno.
Sus padres le miraron expectantes. Él les sonrió arrepentido y se disculpó. Insistió en abrir los regalos el último porque ya había recibido bastante: la emoción del momento, la generosidad de su familia y la inocencia perdida, el mejor regalo.