VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

El momento

Manuel Mellado, 15 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Había llegado el momento; ya estaba preparado. Había elegido su ropa favorita, la famosa camiseta del grupo de rock, y su ducha había durado más de lo normal. Después se había peinado a su estilo (como decía a su padre “el peinado-despeinado”), había cogido su i-pod y estaba en la puerta dispuesto a salir. Antes de abandonar la casa miró por la ventana y se fijó en el cielo, que estaba bastante negro. Pero para Jorge sería el día de la claridad, por lo que dejó el paraguas en casa.

Encendió el reproductor de música y sintió el placer del estéreo en sus oídos. Odiaba escuchar música sin esa calidad y llamó al ascensor mientras bailaba el rock que martilleaba sus tímpanos. Al abrirse las puertas, apareció el vecino del séptimo con el que había tenido tantas peleas. La bajada hasta el portal se le hizo lenta y desagradable, a pesar del estéreo. La salida del ascensor fue una carrera por ver quién se libraba antes del otro. Mientras tanto, el i-pod había pasado a una canción más dura.

Salió a la calle pensando que aquel sería el único mal trago del día. Continuó andando por los soportales hasta llegar a la acera. En ese instante comenzó a llover. Se dio cuenta que no le daría tiempo a regresar a casa a por el paraguas, así que comenzó a correr hacia la parada del autobús mientras se protegía la cabeza con la capucha de la sudadera. La marquesina le protegió de la lluvia, pero ya estaba empapado. Le fastidiaba mucho que se le hubieran mojado el borde de los calcetines. Seguro que después de estos dos malos tragos no volvería a pasarle nada malo.

Mientras la ropa se le comenzaba a secar, llegó el autobús, lleno a rebosar. De peor genio aún, subió y sacó la cartera para pasar el metrobús, que dio su crédito por agotado. Tuvo que buscar un euro en su cartera, provocando una fila de pasajeros. El conductor se enfadó. Por si fuera poco, no se pudo sentar. Se agarró a una barra del techo y decidió centrarse en el rock español que llenaba su cabeza. En pleno éxtasis de su canción favorita, se le rompió el auricular derecho; se le acabó el estéreo. Al quitarse el auricular, escuchó un móvil con la música a tope. Horror, era reggenton.... Todo iba de mal en peor.

Al llegar a su parada, había dejado de llover. Llegó frente al local, que estaba repleto de gente. El ambiente estaba muy cargado, pero le daba igual. Al buscarla, se la encontró bailando con una amiga en el centro de la pista. Se armó de valor y le dio un tirón.

-Ven conmigo Patricia.

-Pero… Estoy bailando -dijo ella molesta.

-Tú hazme caso y sígueme -respondió de forma imperativa. Y llevó a Patricia a un rincón del local.

-Bueno Jorge, a qué se deben estos modos de repente. Hablas muy poco conmigo y ahora me agarras por el brazo. ¿Qué pretendes?

Las palabras de Patricia llegaron a intimidarle.

-Pues, mira, te lo voy a decir -carraspeó antes de continuar-. Hoy en el ascensor me he cruzado con mi vecino, al que no puedo ver, y me he empapado con la lluvia. Por si no fuera suficiente, el conductor del autobús me ha echado una bronca por provocar una cola, se me han roto los auriculares y he tenido que soportar el reggeton de un móvil. Sin embargo, he venido a decirte que me gustas.

Patricia se quedó inmóvil. El sonido de la música a todo volumen se colaba entre los dos. Se colocó el pelo de la forma que le gustaba a Jorge, dibujó una media sonrisa muy atractiva y le dijo:

-Ya era hora de que me lo dijeras, ¿no crees?