XVI Edición
Curso 2019 - 2020
El monstruo
Paula López, 16 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Circe se acababa de mudar a un pequeño pueblo costero. Pasaba los días mirando el mar y paseando por las estrechas calles, llenas de turistas. Una tarde, en uno de sus paseos, se topó con una casa que le llamó la atención. Parecía mucho más antigua que las demás y, por otra parte, era llamativamente más pequeña. Pensando que estaba abandonada y movida por la curiosidad, decidió entrar. Además, tenía la puerta abierta.
No contaba con más que dos habitaciones: la cocina y un pequeño salón, y estaba casi desprovista de muebles. En la nevera, que estaba enchufada, encontró alimentos frescos. También había una pila de platos sucios en el fregadero.
<<Aquí vive alguien>>, pensó Circe.
Pero no tuvo tiempo para hacer más cavilaciones, ya que escuchó los goznes de la puerta principal.
Sin pensárselo se escondió en el interior de un armario bajo, cerca del fregadero. Al instante escuchó pasos por la cocina. Contuvo la respiración y se encogió con un miedo aplastante que le aceleraba el corazón. Pero su curiosidad venció a ese miedo y miró por una rendija que separaba las dos puertas. Al momento, deseó no haberlo hecho, pues ante ella se encontraba una criatura alta y delgada, cubierta por una piel de aspecto putrefacto.
Fuera lo que fuese aquello, daba la sensación de empezar a prepararse el almuerzo. Con manos agujereadas, amarillas y de largos dedos sacó dos rebanadas de pan y un tarro que contenía algo viscoso del color de la sangre.
Circe estaba segura de que no era un ser humano.
Las manos detuvieron su actividad, sosteniendo aún el cuchillo, y aquella presencia dirigió la vista hacia donde se encontraba la chica, fijando en la rendija sus tres ojos de tono esmeralda. Circe se quedó paralizada.
Entonces la criatura sonrió, dejando al descubierto unos dientes afilados y desordenados. Cuchillo en mano se fue acercando lentamente hacia el armario. Cuando se agachó para abrir las puertas, Circe cerró los párpados con fuerza.
Los volvió a abrir unos segundos después, al escuchar una voz que decía: <<¿Quién eres y qué haces en mi casa?>>. Agachado, frente a ella, un hombre de mediana edad la miraba con expresión preocupada.