XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El monstruo 

Sarah Clemente, 17 años

Colegio IALE (Valencia)

Todos, en alguna etapa de la vida, hemos creído que teníamos un monstruo debajo de la cama o en el interior del armario. Con el tiempo aprendimos que eran imaginaciones, sugestiones, pero, ¿qué pasaría si estos monstruos fueran reales y se escondieran en nuestra habitación?

Javier, por ejemplo, un niño de seis años, cada noche antes de irse a dormir comprobaba que no estuviera la bestia terrorífica debajo del somier. Por si no fuera suficiente, también obligaba a que lo cercioraran su padre y su hermana mayor, Claudia, que, como era de esperar, nunca encontraban nada, salvo algún juguete que con un puntapié se había colado en esos rincones oscuros.

Hasta que una madrugada se despertó tras una pesadilla. Cuando se sintió calmado y listo para volverse a dormir, escuchó un ruido debajo de la cama. De un brinco salió corriendo a la habitación de su hermana.

¬–¡Claudia, Claudia!... –la zarandeó para despertarla.

–¿Qué pasa? –murmuró ella entre sueños–. ¿Qué quieres, Javier?... –. Miró el despertador–. ¡Son las cinco de la mañana!… 

¬–Hay un monstruo debajo de mi cama –le susurró.

–Vamos, que ya no eres un bebé… Los monstruos no existen –y se dio media vuelta para seguir durmiendo.

El niño regresó a su habitación y, armándose de valor, echó un vistazo debajo del faldón de la colcha. Le extrañó encontrarse a uno de sus peluches ahí debajo, porque lo había guardado en el armario antes de irse a dormir. Lo tomó, lo abrazó, se tumbaron y se quedó dormido.

El día siguiente transcurrió con normalidad; ni Javier ni Claudia hablaron de lo sucedido. Cuando llegó la hora de acostarse, todos hicieron el ritual de comprobar que no hubiera ningún monstruo.

Javier se despertó al sentir un leve zarandeo. Abrió los párpados para encontrarse con dos ojos brillantes. Se quedó paralizado, hasta que venció su ensimismamiento y encendió la luz. Entonces vio frente a él a una criatura extraña, peluda, pero de aspecto tierno. Como no sintió miedo, entabló una conversación:

–Hola, soy Javier. Tú, ¿cómo te llamas?

Aquel extraño bicho parecía no hablar su idioma. Miró al niño de forma confusa y comenzó a emitir una serie de ruidos extraños, hasta que al sentir que alguien se acercaba por el pasillo se esfumó, justo antes de que Claudia abriera la puerta de la habitación abruptamente.

–¿Estabas hablando solo? –le preguntó a su hermano.

–Em… –como no sabía qué responder, decidió decirle la verdad:– Estaba hablando con un monstruo.

–Sí, claro –le dijo molesta–. Y qué más… Me vas a decir que es el mismo que cada noche se esconde bajo tu cama –se burló de él.

–Te lo prometo –lloriqueó el niño.

–Vale, lo que tu digas. Me voy a la cama.

En cuanto su hermana salió del cuarto, el monstruo volvió a aparecer.

–¿Por qué no quieres que ella te vea? –le interrogó Javier.

La criatura emitió un sonido y se abrazó a sí mismo.

–¿Es porque tienes miedo?

Asintió.

–¿Y por qué yo puedo verte?

–Amigo –pronunció de manera casi inentendible mientras le señalaba.

–¿Quieres que seamos amigos?

El monstruo volvió a asentir.

Javier, entusiasmado, fue a abrazarlo, pero en el momento que lo tocó, aquel extraño ser se puso a llorar ruidosamente.

–¿Qué te pasa? 

–Yo no tengo amigos –le respondió.

–Eso no es cierto; a partir de ahora me tienes a mí.

Un rato después el pequeño volvió a su cama, apagó la luz y se quedó dormido. 

Aunque a la mañana siguiente no estaba convencido de si lo ocurrido había sido real o producto de su imaginación, a partir de entonces, antes de irse a dormir alzaba la colcha y decía, sin necesidad de mirar debajo de la cama:

–Sal cuando quieras. Soy Javier, tu amigo.