IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El muelle

María Muro, 17 años

                  Colegio Aura (Tarragona)  

En alguna canción de pescadores, las esposas lloran junto al muelle la partida de sus maridos. Desde que embarcan ya anhelan su regreso. Hace un año a mí me pasó lo mismo, aunque en mi caso no hubo regreso.

Era un soleado día de verano, David y yo habíamos vuelto de nuestra luna de miel para su competición anual de surf. Le encantaba el mar. De hecho, desde que le conocía no se había alejado de la costa más de dos días seguidos. Vivíamos en un pequeño pueblo al este de Melbourne desde que niños. Nos habíamos criado juntos y por eso sé que David, casi antes de aprender a andar se había subido a una tabla de surf. A mí ese deporte siempre me ha dado miedo, pero mi deber como amiga primero y, más adelante, como esposa, era respetarle y apoyarle.

Aquella mañana David no regresó y no porque no me quisiera, sino porque el mar me lo arrebató. No tenía ningún derecho a hacerlo y los que lo presenciaron me dijeron que fue todo muy rápido. Al saltar una ola tuvo una mala caída. Para cuando lo rescataron, ya había fallecido. El mar es muy traicionero; David lo sabía bien. Él era muy observador y conocía bien las furias del océano. Se había prometido que cuando tuviéramos un hijo le enseñaría todo lo que él sabía sobre el surf.

No di crédito a lo que me contaban. No podía creérmelo. No quería... Él lo era todo para mí, teníamos grandes planes de futuro. Después de esa fatídica mañana se esfumaron todos nuestros sueños, menos uno: estaba esperando nuestro primer hijo. Gracias a mi pequeño he podido sobrevivir a este infierno. Es el mejor recuerdo que guardo de su padre.

Tras su muerte, me quedé tres días junto al muelle sin poder ni querer moverme, puede que esperando verle llegar o, simplemente, intentando asimilar aquella noticia. El cuerpo se me entumeció a causa del frío y de la humedad, pero qué importaba si él ya no iba a volver. Me hubiera dejado morir allí, pero tú, hijo mío, me diste valor y coraje para seguir adelante. Sabía que aunque todo hubiera terminado para mí, tú tenías una vida entera por delante.

Parece que todo sucedió hace una eternidad y, sin embargo, sólo ha pasado un año. Poderte ver todas las mañanas, cariño mío, es como hacerme renacer. Podría pasarme una eternidad describiendo cómo me he sentido: de repente sentía miedo, otras veces angustia. Sin embargo, tú me has dado fuerzas incluso desde antes de nacer.

En este momento estoy en el muelle, en el mismo sitio que el verano pasado, pero esta vez dispuesta a continuar con mi vida sin dejar nunca de pensar en la persona a la que más he amado.